Compra-venta

por Javier Debarnot

Mauricio, a quien todos conocían como el Master, era el vendedor ambulante más caradura del mundo, capaz de ofrecerle a los transeúntes los productos más inusuales y, lo más llamativo, hacerles creer que los necesitan. Un jueves a las dos de la tarde, iba caminando por las calles porteñas del centro cuando se detuvo a atarse con más fuerza los cordones de sus zapatos. Lo interrumpió una voz de alguien que pasaba.

-¿Qué estás vendiendo?

-Lo que vos quieras comprar, papá –le contestó sin siquiera girar su cuello, todavía tironeando de uno de los cordones de su calzado hasta que se le partió por su exceso de fuerza.

-Parece que hoy no es tu día de suerte –seguía hablándole el hombre que se había parado a su lado.

-Yo no necesito suerte, ¿vos qué necesitás? Yo te vendo lo que sea.

-Ah, qué bueno, porque yo justamente compro lo que sea.

-Entonces encontraste al tipo indicado. Lo querés, lo tenés. Decime ya mismo qué es lo que te haría feliz.

-Quiero tu vergüenza.

Mauricio dejó caer el cordón al suelo y por primera vez enfocó a su interlocutor, un individuo de mediana estatura, bastante flaco, de tez renegrida y pelo enrulado y desprolijo, que lo miraba sin pestañear.

-Te compro la vergüenza. ¿Es tan difícil? Pensé que vendías todo.

-Pará, loco de mierda, claro que vendo todo –Mauricio se puso de pie y quedó cara a cara con el extraño personaje-, ¿pero cómo me vas a comprar la vergüenza? Vos no tenés vergüenza, por eso me decís semejante locura.

-¿Vendés o no? Ponele precio y listo.

-A ver, supongamos que te creo. Te pido mil pesos, bah, si al fin y al cabo yo tengo una sola vergüenza, dos mil pesos y te la llevás ahora mismo.

-¡Hecho! Ahora tenés que completar acá –agregó sacando una hoja en blanco de uno de los bolsillos internos de su campera de jean–. Escribí la palabra vergüenza, ¿tenés una lapicera?

El Master se dio cuenta de que la cosa iba serio mientras abría su portafolio y sacaba una de las estilográficas que vendía por cinco pesos. Utilizó su maletín como apoyo y garabateó la palabra solicitada.

-Ahora firmalo –le dijo el extraño comprador, y cuando vio que Mauricio se aprestaba a estampar su rúbrica en el trozo de papel, lo paró en seco con una frase cortante-. No, firmalo con sangre, hacete un tajito en la palma, o en un dedo, ¡tomá!

Mauricio se quedó helado cuando vio que su particular cliente le extendía una mano rígida con un cutter atrapado entre sus dedos aguardando que el vendedor lo utilizara para tajearse y firmar con sangre el documento de la atípica transacción. Y así lo hizo el Master: humedeció la hoja con el líquido de factor RH positivo que bombeaba su corazón y se la entregó al individuo. Éste sacó un manojo de dinero, contó veinte billetes y se los entregó a Mauricio. Sin decir más, se fue caminando por Lavalle hasta desaparecer entre la maraña de transeúntes.

Todavía con la boca abierta, el dueño del portafolio lleno de camisas y baratijas se percató de que el rostro del prócer Julio Argentino Roca de la primera lámina del billete había quedado manchado con su propia sangre. Unos segundos después, Mauricio dejó la esquina con dos mil pesos en su bolsillo y, en teoría, despojado de su vergüenza.

Desde aquel día, hay que tener mucho cuidado con él, porque un hombre que no tiene vergüenza es capaz de venderte lo que sea. Incluso hasta un país.






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bien.rcde

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