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Las preguntas del rey

por Javier Debarnot       Érase una monarquía donde la principal ley consistía en que jamás se lo podía contradecir al rey. Cuando éste hacía una pregunta a cualquiera de sus súbditos, una negación equivalía a perder la cabeza in-situ, frente al pueblo y sin importar que la respuesta estuviera emparentada con una verdad absoluta. Un “no” al rey era un pasaje seguro a la muerte sin vueltas ni arrepentimientos.         Aquella reglamentación capital llevaba décadas de sangrienta práctica y motivaba que, morbosamente, a los monarcas se los recordaba por el número de cabezas rebanadas durante su reinado. A Ricardo III se le contabilizaron doscientas treinta y seis al cabo de nueve años y Pedro el Justo apenas había decapitado a diecisiete mientras duró su mandato de un lustro. Los cuerpos malogrados de las víctimas se cremaban inmediatamente después de cada deceso, salvo las cabezas que se guardaban como trofeos de guerra en una habitación del castillo real.         A cada nuevo rey se le