Ha sido increíble
por Javier Debarnot Lo malo de viajar en Metro cada mañana no es que vaya lleno por la hora punta, o no enganchar señal para el móvil entre determinadas estaciones. Lo malo es que nunca pase nada. Lo insoportable es la rutina, que como un gigante va avanzando muy de a poco pero aplastando todo a su paso. Cuando me subí en Badal ese jueves de abril, lo único distinto al resto de los días era el hecho de ser Sant Jordi, motivo por el cual decenas de chicas iban con una rosa en la mano. Para mi gran fortuna iba sentado, y desde mi comodidad poco habitual me llamó la atención una de las mujeres que llevaba una flor como las demás, con la diferencia de que ella era bellísima. Me eclipsaron sus ojos miel y quedé obnubilado, tanto que ni me percaté que un hombre estaba yendo hacia la dama abriéndose paso entre el resto de los viajantes, como braceando en un mar arremolinado. -¿Quién te regaló esa rosa? –le preguntó de un modo tan agresivo que nadie en el vagón pudo evitar dir