Mesa para tres, cama para uno
por Javier Debarnot Los cuatro eran apasionados por el póquer. También supieron ser grandes amigos en su adolescencia, pero luego de algunas manos que vinieron cambiadas hubo un corte en la relación, y aunque una de las opciones era barajar y dar de nuevo, decidieron seguir cada uno por su lado. Se acabaron las vacaciones juntos y dijeron “no va más” las borracheras de viernes por la noche, pero jamás extirparon a las mesas de póquer de sus vidas. Con el correr de los años, las convirtieron en una religión con misas semanales a las que faltar era un pecado imperdonable. Cuando cada uno de los cuatro tuvo un trabajo con ingresos dignos, redoblaron la apuesta de sus partidas de jueves: de ser solo por amor al arte pasaron a hacerse por plata. Todo se volvió más interesante, más a cara de perro, y la cuenta regresiva para llegar al día del encuentro se les hacía cada vez más lenta. Maxi, Juan, el Flaco y Diego se desesperaban por que llegue la gran cita, siempre en la casa