Mesa para tres, cama para uno

por Javier Debarnot

      Los cuatro eran apasionados por el póquer. También supieron ser grandes amigos en su adolescencia, pero luego de algunas manos que vinieron cambiadas hubo un corte en la relación, y aunque una de las opciones era barajar y dar de nuevo, decidieron seguir cada uno por su lado. Se acabaron las vacaciones juntos y dijeron “no va más” las borracheras de viernes por la noche, pero jamás extirparon a las mesas de póquer de sus vidas. Con el correr de los años, las convirtieron en una religión con misas semanales a las que faltar era un pecado imperdonable.
 
      Cuando cada uno de los cuatro tuvo un trabajo con ingresos dignos, redoblaron la apuesta de sus partidas de jueves: de ser solo por amor al arte pasaron a hacerse por plata. Todo se volvió más interesante, más a cara de perro, y la cuenta regresiva para llegar al día del encuentro se les hacía cada vez más lenta. Maxi, Juan, el Flaco y Diego se desesperaban por que llegue la gran cita, siempre en la casa del primero. Casi como una ley sagrada, cuando alguno empezaba una relación seria con una chica, le aclaraba que “no existiría durante ningún jueves por la noche desde ese día hasta el mismísimo fin del mundo”. Para graficar el exceso, Diego hasta le hizo firmar una aceptación por escrito a una novia que tuvo mientras vivía en La Paternal.
 
      Tres minutos antes de las nueve, un ansioso y acelerado Flaco ametrallaba con su dedo el portero eléctrico de Maxi. Y en menos de un cuarto de hora era una fija que ya estuvieran los cuatro, colgando sus camperas en la silla y acomodándose para luchar a naipe partido. Se veían solamente esa noche y hablaban a cuentagotas del resto de sus vidas. Aquella amistad juvenil e idílica había quedado atrás y, a pesar de la buena relación que mantenían, todos coincidían en que al haber guita de por medio lo mejor era no compartir nada ajeno a las partidas de los jueves. Porque retomar y afianzar los lazos podía complicarlo todo, porque “cuando sabés que un amigo está medio tirado, te da no sé qué sacarle cincuenta mangos en una noche”, era un pensamiento general del grupo.
 
      Lanzados al terreno de juego, Juan era el más regular, con una estrategia algo cauta que nunca lo llevaba a arriesgar más de lo que sus cartas le permitían. Maxi era pura intuición y tenía sus rachas, muchos golpes de suerte y algunos de bronca sobre el mantel cuando no venía esa jota tan deseada. El Flaco era un espectáculo por sí solo, relataba la partida, gesticulaba y no se ahorraba ni medio gesto ampuloso, y Diego era el más callado, auspiciando cada velada con su cara de póquer. Ganaban y perdían por partes iguales, o quizás Maxi llevaba una mínima ventaja, pero la percepción de los cuatro era la de una batalla pareja que iba repitiéndose semana a semana, mes a mes y año a año.
 
      Un sábado de octubre, el Flaco llegó a una fiesta de casamiento y en la recepción lo vio a Juan. Resulta que uno era amigo del novio y otro un primo lejano. Una gran casualidad que se dimensionó aún más cuando apareció Maxi, cuya pareja había sido compañera de trabajo de la chica que se casaba.
 
      Los tres estaban en mesas separadas, pero transcurridas varias horas, mientras la mayoría bailaba o causaba vergüenza ajena en la pista, ellos se juntaron botella de vino de por medio. Se les fue subiendo el alcohol y salieron a escena viejas anécdotas de antaño. Tinto va, tinto viene, clima fraterno y carcajada fácil, hasta que Maxi tiró una copa de un codazo. Al correr una porción de mantel empapado, quedó al descubierto una mesa de vidrio transparente y un chiste del Flaco encendió la mecha. Entonces lo planearon todo.
 
      Un tiempo después, estaban los cuatro en su escenografía habitual de cada jueves: el living de la casa de Maxi, sin novias, sin prisa y, de momento, cada uno con mucho dinero fresco.
 
      -Tremenda idea la de jugarnos el aguinaldo, ¿a quién se le había ocurrido? –preguntó Diego mientras mezclaba parsimoniosamente el mazo.
 
      -A Juan –avisó Maxi- Éste vio que venía en racha y tiró la propuesta, y claro, como todos estábamos desesperados por recuperar como sea, entramos como tres caballos.
 
      -¡Pará, pará! –terció el Flaco- Yo nunca estuve muy convencido, ¿eh? Es más, propongo volver a la modalidad tradicional.
 
      -No, Flaquito, hoy es último jueves del mes, y las leyes son intocables –sentenció Diego y arrojó la primera carta.
 
      Pasadas varias manos y un par de horas, los billetes habían merodeado por las cuatro esquinas de la mesa como prostitutas oliendo al mejor postor. Había más de cuatro mil pesos sobre el tapete y la consigna era clara: nadie se podía retirar en caso de seguir teniendo efectivo, por lo cual el juego finalizaba sólo cuando uno los limpiaba a todos. En la anteúltima mano, Maxi vio como su última porción de riqueza fue ultrajada por una pierna de tréboles de Juan. Y quedó seco. Pero se aprovechó de su condición de dueño de casa y manoteó de un cajón un par de entradas para ver a U2.
 
      -¿Puedo entrar a jugar con estas entradas? Son de campo y me salieron ciento veinte mangos.
 
      Los demás, todos admiradores de la banda pero sin ticket para ese sábado, le dieron su venia no sin antes tratarlo de loco desquiciado.
 
      Así llegaron a lo que sería el final de la partida. Unas manos atrás, el Flaco había quemado accidentalmente una punta del mantel sobre el cual se decidía la suerte de los cuatro. Un par de insultos de Maxi precedieron a que quitaran el malogrado paño que tantos juegos había cobijado, quedando la mesa de vidrio transparente como único soporte del ida y vuelta de los naipes. Justo fue el anfitrión el encargado de mezclar y dar. Allá fueron las cinco cartas a cada uno de los cuatro.
 
      Siempre el primero en levantar y orejear era Diego, y los demás trataban de que su cara de piedra les transmitiera algo, pero su expresividad se mantenía bien fiel a la nada misma. Sus dedos juguetearon hasta levantar las primeras dos: as de diamantes y as de corazones. Comienzo de lujo, aunque detrás llegaron una reina de tréboles y un diez y un ocho insignificantes.
 
      Los demás tuvieron suerte diversa, pero todos empezaron a engrosar el suculento pozo aún antes de cambiar las cartas. Cuando estaban a punto de pedir, sonó una estridente melodía en un celular, el de Maxi, que en una hábil maniobra lo tomó con una de sus manos y lo llevó hasta debajo de la mesa. Entonces ensayó un discurso de distracción mientras tocaba varios botones simulando no saber cuál era el indicado.
 
      -A este bicho nunca lo termino de entender. Pucha, es un mensaje de mi vieja diciéndome que internaron a mi abuela. ¿Cómo se hacía para responder? Puta madre, bueno, la llamo y listo – los otros estaban más pendientes de lo que debían pedir en esa trascendental mano que en la salud de su abuela– Muchachos, voy un segundo a la cocina. Dejo mis cartas y el mazo acá.
 
      Con sus cartas grabadas en su mente, Maxi entró a la cocina y, mientras simulaba una escueta charla con su madre, se movió con la velocidad de un experto por los distintas pantallas de su teléfono móvil, fue hasta la carpeta de fotos y visualizó la que había sacado segundos atrás. Por fortuna había calculado el encuadre exacto para que se vieran bien nítidos los naipes que Juan y el Flaco amablemente habían dejado boca abajo sobre la mesa “invisible”. Memorizó, calculó y decidió. Y en menos de dos minutos ya estaba otra vez sentado, con los otros que lo aguardaban ansiosos para hacer los cambios y ni le preguntaron por su abuela.
 
      -¿Dos, me dijiste? –le preguntó al Flaco.
 
      Nadie ajeno al plan se hubiera dado cuenta de que Maxi estiró y plegó sus dedos de forma tal para que el Flaco supiera la posición de las cartas que tenía que devolver. Lo mismo hizo el dueño de casa con Juan, induciéndolo a que le pasara exactamente lo que él necesitaba para formar un póquer de reyes. Porque las cartas que devolvieron los otros, fueron a parar disimuladamente al mazo general, y de ahí el anfitrión las había hecho propias. La trampa estaba servida y la víctima humeaba como un manjar en la víspera de ser deglutido.
 
      Diego se había quedado con sus dos ases y la reina, y habiendo descartado las otras dos, recibió un nuevo as y otra reluciente reina. El potente full que tenía en sus manos lo animó a poner toda la carne al asador. Los demás, siguiendo el plan al pie de la letra, también se desbocaron y enseguida vaciaron sus bolsillos. Un suculento botín había quedado ahí, a la espera de un único dueño.
 
      El Flaco y Juan bajaron dos sendos e insignificantes pares dobles que parecían tener muy poco que decir. Cuando Maxi desplegó su póquer de reyes, los otros dos ensayaron una más que creíble queja por verse despojados de lo suyo, y sólo faltaba que Diego enseñara sus cartas.
 
      De dónde habría salido ese increíble póquer de ases, es al día de hoy que Juan, Maxi y el Flaco se lo siguen preguntando. Los tres sabían que el plan era casi perfecto, pero nunca iban a poder librarlo de quedar como un barco a la deriva del azar. Diego se quedó con cuatro mil doscientos pesos y el par de entradas para ver a U2, y antes de irse pidió llevarse también la baraja de la suerte que aún se encontraba desperdigaba sobre la mesa. Ninguno se negó e incluso Juan le pidió que prendiera fuego a esas cartas malditas.
 
      En el taxi de regreso, Diego se acomodó la campera y algo liviano cayó sobre el asiento. Y no era que tenía un as en la manga.
 
      Tenía una reina.
 
 


Comentarios

Renzo ha dicho que…
Muy bueno Javi! Reconozco que lo lei dos veces (no se si es porque estoy en el trabajo ó porque el poker no es mi fuerte) y me encanto el desenlace. Fuego contra fuego :)
Si bien la trampa esta muy mal vista en toda competencia, en este caso equilibro la balanza contra los pocos codigos de "los amigos".
Abrazo.
Anónimo ha dicho que…
Master yo también lo releí, pero me gustó lo de la foto. La trampa esta mal. Abrazo , nos hablamos pronto.
Martín.
Cristian Perfumo ha dicho que…
No sabía que te gustaba el póquer! yo soy un jugador esporádico. ¿Podríamos hacer un partidito un día, no? ESO SI: manga corta y mesa de roble macizo!!!
Javier Vera ha dicho que…
por supuesto las trampas son tan poco eticas como estimulantes.

pero al poker se juega en mesa larga y hold'em ;)
Anónimo ha dicho que…
Los ultimos tres parrafos los lei un par de veces porque no entendí muy bien! Esta bueno el cuento anque no es de los que mas me gustaron; me quedo con el anterior o con el de los miedos.
Abrazo
Anónimo ha dicho que…
Soy nueva por aqui, creo te encontre, no estoy muy segura, por Orsai.

Lo primero que lei fue lo del mundo que se movia, cuando todos permaneciamos quietos y me encanto, en verdad me gusto mucho el relato.

Con este ultimo, pienso que es un ejemplo muy claro, que cuando entre las persaonas no existe un sentimiento a fin y duradero, no se tiene consideracion alguna solo que lo se que se tiene o lo que no se tiene que hacer por o no considerarlo correcto.

Sin embargo, Diego sorprendio a todos, cuando el debia de ser el sorprendido. Sin duda, o todos se unen o nada funciona.

Un beso!
Anónimo ha dicho que…
Javito, este es el segundo cuento tuyo que leo y me gustó (mucho más q el primero...) Te mando un fuerte abrazo desde las pampas desoladas.Jorge V.
Anónimo ha dicho que…
Como me hubiese gustado ser un "Diego" en mas de una oportunidad en mi vida.
excelente como todos.
Andrés Ini ha dicho que…
Se complica actualizar, no?
Vachi ha dicho que…
Pa, qué difícil. Lo voy a releer, pero esto está salado para las mujeres. De todos modos entiendo la idea, de que se dio vuelta la tortilla, pero me gustaría poder entender toda la trama así que ahí voy de nuevo. Saludos.
Javi ha dicho que…
Para vachi y todos los que atinadamente no entendieron algo:

Primero: si muchos quedaron en off-side, es obvio que algo falló, y es el mismísimo relato. Pido disculpas, pasa que a veces uno tiene la historia en la cabeza y la cuenta como si todos la tuvieran.

Segundo: Síntesis de la trama. Juan, Maxi y el Flaco planean hacerle trampa a Diego. Para que la tajada sea mayor, sugieren jugarse el aguinaldo. El truco es que Maxi le saca fotos a las cartas de sus secuaces, y en base a eso, arma una buena jugada. Parece que Diego, la víctima, llega a tener un "full" (que perdería contra la combinación de Diego), pero de golpe tiene "póquer de ases". Cuando ya se llevó todo, en el taxi salta que él también había hecho trampa (cambiando una reina por un as que llevaba escondido en su manga).

Qué feo es tener que explicarlo, pero es mi culpa.
Vachi ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Vachi ha dicho que…
Perdón, tuve que eliminar porque se entendía menos que la historia jiji. No, hablando enserio, gracias por la humildad y la generosidad de la explicación. De todos modos ya en la segunda lectura uno entiende un poco más; pasa que es difícil con tanto detalle, sobre un tema que a algunos nos es ajeno, el pocker, y además con cuatro protagonistas para seguirles el rastro; pero la idea está re buena y con un poco de concentración se logra descifrar todo lo que pasa. A mí me costó por vaga, de la misma manera que me costaría si me sentás a explicarme las reglas de cualquier juego de cartas en el que haya que pensar y calcular cosas:)
De todos modos no importa demasiado que no se entienda todo a la perfección, porque me acuerdo por ejemplo de la película "Black Jack", juego del que tampoco entiendo un pomo, pero pasa lo mismo, la trama está buena así que no hace falta entender todo el detalle de lo que los tipos hacen en sí dentro del juego y cómo hacen la trampa. No sé si será claro esta vez el comentario pero tengo mucho sueño y no quiero volver a redactarlo así que esta vez no lo releo. Saludos y me gusta tu actitud. Chau

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