¿De qué planeta viniste, paracaidista cósmico?
por
Javier Debarnot
A mí me encantaría
saltar en paracaídas. Algún día lo haré, en lo posible antes de morir. Pero hoy
me atrevo a confesar otra cosa: no soporto a los paracaidistas que caen del cielo cada
4 años. Tengo fobia a los paracaidistas del Mundial.
Si
durante tres años y diez meses te parece que el fútbol son "veintidós
millonarios corriendo detrás de una pelota" -y de tu boca sale la gracia
de preguntarte por qué no se compran una para cada uno, ya que son millonarios-
pero hoy estás opinando sobre la lesión de Romero, quiero que lo sepas: estás
entre los paracaidistas del Mundial que me gustaría que volaran por los aires.
No
tolero esa invasión de decenas, cientos y miles de paracaidistas que empiezan a
aterrizar cuando asoma la lista de los convocados o salen al aire las primeras
publicidades conmemorativas. Y sobre esto último quiero comentar, con mucha
rabia, que es muy habitual que estos anuncios estén creados para los
paracaidistas. No todos, pero una parte importante busca alimentarles a ellos y
a ellas esa absurda razón de ser que los hace nacer, crecer y reproducirse a
medida que avanza Argentina, para morir de forma inexorable una vez acabado el
Mundial.
Los
problemas con esta gente, o más bien las razones para que le tenga alergia a
la multitudinaria tribu, es que confunden desde el inicio la esencia de un campeonato
mundial de fútbol. Está claro que el deporte no va con ellos, y así te lo hacen
saber durante esos tres años y diez meses.
"¿Otra
vez vas a trasnochar para ver un amistoso intrascendente de la
Selección?".
"¿Cómo
se puede estar triste por una Copita América?".
"¿Cómo
es posible que el Pipo -sí, confunden un simple apodo- Higuaín gane más que un
maestro?".
Hago una pausa para aclarar una cosa: todas las preguntas anteriores me
parecen lógicas, sensatas y hasta acertadas. Respeto mucho a personas que
tienen ese razonamiento claro, lúcido y fundamentado con respecto al combo
fútbol, éxito, fracaso y millones. Lo aplaudo. Pero...
Pero el
tema es que los paracaidistas olvidan todo eso de la noche a la mañana. Desde
que les inyectan la vacuna invisible pero letal que les produce
"mundialitis aguda", sufren de una metamorfosis que da miedo y sería
digna de un análisis socio-antropológico. Y este comportamiento casi neurótico se
enciende diez minutos antes de que empiece cada partido.
La raza
paracaidista quiere que los jugadores se emocionen cantando el himno. Que
exageren, que se les hinchen las venas del cuello y que se les pongan los ojos vidriosos. Lo desean y lo necesitan porque
ven en el fútbol una guerra con todas las letras. Para los paracaidistas, no es
deporte. Es algo que no podrían explicar con palabras. No encuentran la lucidez
para soltar una frase del estilo "veintidós millonarios" etcétera,
etcétera.
La raza
paracaidista se pinta la cara. Ay, esas banderitas argentinas en los cachetes,
qué ridículo más grande. Y fantasean con que se les escapen lágrimas de emoción
o de tristeza, y que al caer esas gotas les destiñan el celeste y blanco. Un
buen primer plano con un buen filtro, son cien "likes" asegurados en
Instagram.
La raza
paracaidista, además, hace preguntas pelotudas durante los partidos. Nunca
falta el salame que quiere saber por qué no entra otro 9 cuando el equipo
ya agotó los tres cambios, ni la colgada que se sorprende al darse cuenta de que
hacer un gol de caño no vale doble. Tampoco existe Mundial sin el desubicado de
turno al que hay que explicarle el off-side usando tres celulares y un
encendedor que hace de pelota sobre la mesa ratona del living.
La raza
paracaidista cree que en cada Mundial nos unimos más como argentinos. Siente
que yendo a celebrar al Obelisco nos transformamos automáticamente en una
sociedad mejor. Que nos abrazamos como hermanos y somos superiores a Chile
porque ellos quedaron afuera. Y por el descuido de toda esta gente, los políticos aprovechan para
aprobar por lo bajo medidas que los desfavorezcan, y los paracaidistas no se
dan cuenta porque están distraídos cantando el himno, pintándose la cara o
preguntando por la ley del off-side.
Aclaro
que los futboleros que somos futboleros a tiempo completo estamos un poco más
atentos a lo que pasa entre bambalinas, es decir a que nos aumenten la luz
justo cuando nos metemos en semifinales, porque nos acostumbramos a compaginar
el deporte con el día a día. Y sí, aunque no lo parezca, somos conscientes de que
nuestra propia vida es lo que más pesa, y que el fútbol es solo la más
importante de las cosas menos importantes.
Si estás
leyendo esto y te reconociste como paracaidista del Mundial, espero que no te
sientas ofendido, pero es probable que sí lo hagas. Y te entiendo, cómo no
hacerlo, porque en esta época estás bajo moción violenta, bajo los efectos de
la enfermedad, y los síntomas, y éste es mi más sincero deseo, te afectarán hasta
el 15 de julio, día en que Argentina juegue y gane la final.
Sólo les
pido a los paracaidistas que intenten interferir lo menos posible en el evento
que, para los futboleros de siempre, es la culminación de un deporte que tiene
sus cosas buenas, regulares y malas, pero que seguimos con pasión los 365 días
de cada año. Sin himnos. Sin pintarnos la cara y sin patriotismo barato. Y haciéndonos
una única pregunta: por qué no nos dejan ver el Mundial tranquilos.
Comentarios
Abrazo!
Por suerte sabes que no soy de las "paracaidistas"...si no le doy bola al futbol durante en año, tampoco lo haré durante el mundial. Igualmente, si quiero que Argentina salga campeona del mundial de futbol y de cuanto deporte se lo merezca.
Mis ojos te esperan por acá en dos semanas...
CW
Gracias, amigo ;-)
Muy bueno. Yo era un 365, ahora soy paracaidista...
Abrazo!
Fede
Abrazo!
¡Estamos los dos enfermos!