Black Label on the islands
por Javier Debarnot El dedo, siempre pulcro y con su uña prolijamente recortada, hacía rato que estaba zambullido en el líquido amarillento que era la perdición de su amo. Y era este último, su dueño, quien le enviaba al dedo la orden desde su poco lúcido cerebro –porque enviar órdenes era casi lo único que sabía hacer- para que girara lento y cadencioso, en sentido circular, empujando sin ganas aquellos trozos de hielo como dos islas en un mar sereno, una y otra vez, y sólo abandonaba ese movimiento mecánico para entregarse a otro, el de llevar el vaso a la boca y regar los labios con aquel whisky de negra etiqueta, casi tan oscura como su alma de cobarde asesino. Los pensamientos desvariados, confusos y oscuros, iban librando una lucha interna entre ellos para abrirse paso entre esa maraña de neuronas, multitudinario grupo un par de décadas atrás, pero que en ese momento de su vida iba disminuyendo su número y las que quedaban estaban en peligro de extinción