El detector del pasado
por Javier Debarnot Julia intentó enjuagarse una vez más los ojos ayudándose de sus dedos rociados con la brisa del mar, pero sus lágrimas seguían brotándole como de una cascada apacible pero eterna. Cada vez que estoy en la playa con mi familia, no puedo evitar que me invada un leve fastidio alrededor de las ocho de la noche (noche es una forma de decir porque en verano todavía estamos a plena luz). Es mirar a nuestro alrededor y ver a la izquierda una fila de cañas de pescar dispuestas en la orilla del mar a diez metros de distancia entre ellas, y a la derecha exactamente lo mismo. Quedamos nosotros en el medio, como rodeados de una empalizada hecha con palos de los que cuelga un anzuelo que oscila peligrosamente hacia un lado y hacia el otro, preparándose para intentar hipnotizar a los inocentes peces de las inagotables aguas del Atlántico. Sin poder dejar de temblar, volvió a desplegar ese maldito diagnóstico poniéndolo de frente a sus ojos vidriosos, que