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Mostrando entradas de julio, 2014

Doble vida

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por Javier Debarnot Rafa Santillán podía contarte cómo Máxima Zorreguieta había llegado a ser Reina de Holanda, por qué renunció Chacho Álvarez a la vicepresidencia, y quién había matado a JFK. Con lujo de detalles. Y todo esto te lo decía sin pestañear, fulminándote con sus diminutos ojos y con una seguridad abismal como para que te creyeras que él había estado ahí, en una fiesta en Sevilla, en un despacho de la Casa Rosada o escondido en un armario cerca de un francotirador. Rafa te batía la justa, te desembuchaba la última primicia y, si tenías tiempo, también te explicaba el mundo. Con el primer café de la mañana, Rafa pispiaba los titulares del diario que ponían a disposición de los clientes. Él nunca iba a comprarlo, porque “sólo los giles le dan guita a esos vendedores de pescado podrido”. Ese martes, como no había otros comensales a su alrededor, tenía que vociferar un poco más alto de lo habitual para que lo oyeran los dos o tres que estaban en la barra.

La luz al final del túnel

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por Javier Debarnot Dicen que cuando uno muere puede ver un túnel y al final una luz. Vamos acercándonos a ella y, en caso de llegar, estaríamos en problemas porque sería el final definitivo de la fiesta. También aseguran que, en el transcurso de ese viaje fugaz, se nos cruzan imágenes de nuestra vida, como en un Powerpoint, pero sin esas transiciones berretas que tanto gustan a la gente de marketing. Vi esa luz el domingo pasado, la percibí claramente. Pero para que eso ocurriera antes me sentí envuelto por la oscuridad más absoluta, que se iba a romper en mil pedazos por la irrupción de ese resplandor tan nítido, tan embriagador y tan divino. No hay un amanecer sin ocaso, porque es imposible levantarse sin antes haber caído, o disfrutar de un manjar sin haber pasado hambre. O extasiarse en un reencuentro sin haber pasado por una partida que te parte al medio. Vi oscuridad en forma de eternas semanas de vacío una vez que todo había acabado, mientras otros seguían disfrutand

XXX, YYY...

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por Javier Debarnot Mi tarde fue una pesadilla, qué digo mi tarde si fue el día entero. Todo el santo día. Pero qué gloriosa es la oportunidad que nos da la noche, cada noche, de asesinar sin piedad al día que nos tuvo a maltraer. Hoy, ahora mismo, voy a dormir como si fuera la última vez. Vengo imaginándome el momento de cerrar los ojos casi desde que los abrí a las siete y cuarto de la mañana. Desde ese fatídico instante hasta ahora pasaron demasiadas cosas y ninguna buena, pero durmiendo podré pasar las páginas, el libro entero o la colección completa de hechos desafortunados que me cayeron sobre la cabeza. Llegó la hora de desmayarme sobre la almohada. Tengo el kit completo de la felicidad del futuro soñador: una cama de dos plazas y media sólo para mí, un juego de sábanas y un pijama que huelen a recién lavados y una ventana a mi derecha que, entrecerrada, deja pasar algunas ráfagas de noche encapsuladas en luces mortecinas de coches que pasan, de tanto en tanto,