Doble vida

por Javier Debarnot

Rafa Santillán podía contarte cómo Máxima Zorreguieta había llegado a ser Reina de Holanda, por qué renunció Chacho Álvarez a la vicepresidencia, y quién había matado a JFK. Con lujo de detalles. Y todo esto te lo decía sin pestañear, fulminándote con sus diminutos ojos y con una seguridad abismal como para que te creyeras que él había estado ahí, en una fiesta en Sevilla, en un despacho de la Casa Rosada o escondido en un armario cerca de un francotirador. Rafa te batía la justa, te desembuchaba la última primicia y, si tenías tiempo, también te explicaba el mundo.

Con el primer café de la mañana, Rafa pispiaba los titulares del diario que ponían a disposición de los clientes. Él nunca iba a comprarlo, porque “sólo los giles le dan guita a esos vendedores de pescado podrido”. Ese martes, como no había otros comensales a su alrededor, tenía que vociferar un poco más alto de lo habitual para que lo oyeran los dos o tres que estaban en la barra. El “Gallego” Francisco, que le pasaba un trapo a la máquina registradora, hacía oídos sordos por más de que el monólogo de Rafa lo involucraba implícitamente.

-Je, ¿qué me vienen a hablar de expropiación de Repsol? Si todos supieran los desastres que hicieron estos gallegos con la empresa, ¡será de Dios!

Consumido un cuarto de hora, también había dejado de existir el café con leche de Rafa y éste ya estaba entrando a su oficina. Se cruzó con Mussardi, el jefe de recursos humanos.

-Buenos días, Santillán, ¿le puedo preguntar si sabe algo de su compañero Icardi?

-¿Debería saberlo?

-Usted sabe todo, maestro.

Rafa sonrió cómplice, y a continuación dio la respuesta que Mussardi requería. “Ojo, esto no es oficial, pero…”, así arrancó como arrancaba casi siempre para acabar sellándole la cruz a Icardi, porque “supuestamente se decía” que andaba coqueteando con una empresa de la competencia y por esos días iba haciendo una entrevista detrás de la otra, para no volver más a su actual puesto en caso de éxito o aparecer como si nada si la oferta quedaba truncada.

Acomodándose en su puesto de trabajo, Rafa seguía dándole vueltas al tema Icardi, pero no es que se debatía en un examen de conciencia por considerar que quizás lo había mandado al muere, sino que sencillamente creía que era un pelotudo bárbaro. Revisó los correos electrónicos y se tiró de cabeza a uno que decía en el asunto “Hoy a la tarde sale la lista oficial”. Mientras leía el mensaje, alguien le gritó desde dos escritorios más adelante que tenía una llamada de la mujer. “Decile que estoy reunido y que me llame más tarde”.

La mañana voló. Y como venía siendo habitual hacía seis o siete años, Rafa no hizo nada útil salvo ejercitar el órgano que más sabía usar: la lengua. Había seguido dándole a la labia en los pasillos, en la máquina de café y sobre todo en el balcón habilitado para los fumadores, que prácticamente él regenteaba. El tema del día era que, con motivo de una próxima fusión con otra compañía, un treinta por ciento del personal iba a quedar en la calle. Rafa venía ventilando los nombres de los supuestos damnificados desde la semana anterior, cuando en teoría había escuchado una conversación que le daba las claves del asunto.

-Vos te salvás, Dani, vos y yo zafamos pero la tienen cruda Fernández y Scarapelli –le dijo Santillán a uno de sus compañeros cuando ya habían empezado a llamar uno a uno a todos los empleados para darle la buena o mala nueva.

-Rafael Santillán, tu turno –elevó la voz la secretaria del gerente.

Veinte minutos más tarde, Rafa había sido despedido. Pero no lo abandonaba una ancha sonrisa que le ocupaba todo el rostro exagerándole el tamaño minúsculo de sus ojos. Reía por incredulidad. Por sorpresa. Por caradurez. Justo a él, que se las sabía todas, justo a él le decían adiós con una indemnización irrisoria. “Tiene que haber algún error”, le decía a cualquiera que se lo cruzara, para después tranquilizarlo con un “pero vos te salvás seguro”.

Como casi nunca le ocurría, esa tarde tuvo que deambular un rato largo para estacionar y sólo pudo hacerlo a trescientos metros de su departamento. ¿La buena fortuna lo estaba abandonando? Rafa maldijo por primera vez en el día cuando pisó un pedazo de mierda abandonado por el desconsiderado dueño de un perro, y no se reprimió varios insultos en voz alta dirigidos a nadie mientras refregaba la suela manchada contra el cordón de la vereda.

Girando la llave para abrir la puerta de su casa, recordó que nunca le había devuelto la llamada a su mujer. Al no ver ni sentir señales de nadie, supuso que tanto ella como su hijo habrían salido a algún lado. Aunque poco le importaba su destino, iba a enterarse del mismo leyendo la carta que yacía con una de sus puntas aprisionada bajo un pesado cenicero en la mesa ratona del salón.

“Rafael: me voy. Bueno, si revisás los armarios, verás que ya me fui. Si te deja un poco más tranquilo, no estaré sola. Me voy con Cacho, el vecino del octavo. Hace varios meses que estamos viéndonos, casi los mismos en que vos dejaste de atenderme el teléfono en la oficina y volver a cualquier hora sin darme explicaciones. Nos vamos con el nene a Mar del Plata donde Cacho tiene una casa. Y no te preocupes que no te voy a reclamar nada, ya me encargué de vaciar mi parte en la cuenta de ahorro que está a nombre de los dos. Sí, es mucha plata, pero no pienses que me voy a dar la gran vida. Gran parte de ese dinero lo voy a usar para el tratamiento de Julián. Nuestro hijo Julián tiene un grave trastorno de conducta e hiperactividad. Te hubieras enterado de haberme escuchado algún día o al menos abriéndole una puta vez el cuaderno que le escriben las maestras. Pero siempre estás en tu mundo, Rafael, los demás nunca te importamos y, lamentablemente, no creo que sea bueno para nadie vivir con una persona como vos. Para mí, seguro que no y por eso dije que hasta acá llegué. De tu actitud me quedan dos conclusiones: una o la otra. O sos consciente de todo y no te importa, lo cual te transformaría en un hijo de puta, o realmente no te enterás de nada, lo que te convierte en un pelotudo a cuerda. Con todo cariño, yo creo que tu caso es la segunda opción. Espero que alguna vez cambies. Y de verdad que yo alguna vez te quise, cuando no eras esto en lo que te convertiste. Mucha suerte en tu vida. Firmado: Clara.”

Tres días pasaron desde la lectura de esas líneas, tres días en los que Rafa sólo durmió, fumó, hizo sus necesidades y comió, enclaustrándose entre la mugre que empezó a invadirlo todo en su casa. Tres días en los que no abrió la boca. El jueves por fin salió a la calle, respiró aire no viciado y enfiló hacia el bar y hacia la mesa de siempre.

Santillán se sentó pero no pidió el diario, y en cambio sacó de su bolsillo la carta de Clara que ya había repasado unas setenta veces. Al “Gallego” Francisco, que bastante extrañado estaba al no verlo por varias mañanas, la curiosidad lo empujó hasta Rafa. Decidió hablarle aún a sabiendas de que tendría que soportar esos monólogos tan cansinos de su cliente. Después de saludarlo, le preguntó por el trozo de papel que tenía entre sus dedos.

-¿Qué es esto? –Rafa hizo tiempo para pensarse la respuesta, que empezó a soltar después de unos eternos tres segundos- Esta carta es una de las que le pescaron a Antonito De la Rúa, el ex marido de Shakira… Era para su amante cuando todavía estaba con la colombiana…

Mientras Rafa Santillán desempolvaba otro de sus delirios, en el sobrecito de azúcar que le había llevado el “Gallego” con el café, podía leerse en su dorso una de esas frases que a veces pintan la vida a la perfección y en el momento justo: “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Rectificaste y volvés al buen camino, me gustó. El anterior no tanto.

Abrazo.

Martín
Anónimo ha dicho que…
Jejejé... Muy bien construida la disyuntiva "diagnóstica" del hijo d.p. o, del p. a cuerda!!! (La caracterización plana del personaje o sin evolución "biográfica", lo permite y queda muy bien plasmado)

MCarmen

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