La propuesta
por Javier Debarnot Llovía cuando salimos del bar del Polaco, aunque no lo suficiente como para amedrentarnos a Edu y a mí. Seguro que la noche nos tenía reservado algo, después de ese insípido cero a cero que habíamos digerido frente a una fantasmagórica tele de veintinueve pulgadas. Ya afuera y bajo un leve aguacero, apuramos el paso casi chapoteando con nuestras zapatillas de lona por los charcos que empezaban a formarse en las veredas de Belgrano, rumbo a la discoteca donde habían sido engullidos nuestros amigos tres horas atrás. Al llegar a la puerta de La Hacienda, que era el local bailable de moda, había más porteros que eventuales clientes. Arrancábamos mal. De nada sirvieron nuestros intentos de hacer entrar en razones a esos mastodontes sin corazón. Los que no íbamos a entrar de ninguna manera éramos Edu y yo. Con las zapatillas mojadas, el pelo largo y esas seis cervezas de más, no importaba que fuéramos amigos del mismísimo presidente de la ONU. Y lo peor era q