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Mostrando entradas de agosto, 2014

Enroque

por Javier Debarnot Ir remando con un kayak por las olas tranquilas del Mediterráneo debe ser, si me apuran un poco, uno de los grandes placeres que se pueden experimentar en esta vida. Pero tampoco es para que me envidien, porque aunque estaba disfrutando mi paseo como nunca, hubo un momento en que perdí el control y caí al agua, y cuando volví a emerger ya no había ni kayak ni Mediterráneo. Y estaba en la piel de mi propio jefe . El shock inicial fue mayúsculo. No todos los días uno se sumerge en un mar salado, aunque sea accidentalmente, y sale al segundo a la superficie de una bañera de hidromasaje. Me ocurrió esa locura y juro que no estaba ni borracho ni drogado. Sin acabar de dilucidar si sería mejor o peor, al menos estaba solo, en mi nueva escenografía, entre burbujas que me masajeaban la espalda y las nalgas y dentro de un cuarto de baño tan grande como el salón de mi casa. Cuando me vi las manos, no sólo percibí los dedos arrugados por la extensa permanencia en el

Juegos de grandes

por Javier Debarnot -Vamos a hacer el sexo. Diego tenía nueve años y, cuando le hizo la atrevida propuesta a Jessica, de ocho, simplemente esperaba que ella le diera un beso en la boca. Como correspondencia, él iba a sacar la lengua cuando la chica estuviera a centímetros de su boca. La picardía y la inocencia salían a escena una vez cada una, o en ocasiones las dos juntas. Esa mañana, Diego y Jessica jugaban a ser grandes junto con Luisito, el tercero en discordia y el menor con sus siete años. A cientos de miles de kilómetros y a un par de continentes de allí, Carlos y Rubén hacían pan y queso aunque no estaban ni en una panadería ni tenían un horno encendido. Avanzaban desde sitios opuestos y en direcciones enfrentadas, adelantando sus pasos con el objetivo de llegar a pisar la zapatilla del otro en la zona de confrontación. A los dos cuarentones se les sumaban Tito y Rolo, que también llevaban cuatro décadas coleccionadas. -Queso, gané –dijo Carlos-. Rolo, te venís c