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Mostrando entradas de 2015

Compra-venta

por Javier Debarnot Mauricio, a quien todos conocían como el Master, era el vendedor ambulante más caradura del mundo, capaz de ofrecerle a los transeúntes los productos más inusuales y, lo más llamativo, hacerles creer que los necesitan. Un jueves a las dos de la tarde, iba caminando por las calles porteñas del centro cuando se detuvo a atarse con más fuerza los cordones de sus zapatos. Lo interrumpió una voz de alguien que pasaba. -¿Qué estás vendiendo? -Lo que vos quieras comprar, papá –le contestó sin siquiera girar su cuello, todavía tironeando de uno de los cordones de su calzado hasta que se le partió por su exceso de fuerza. -Parece que hoy no es tu día de suerte –seguía hablándole el hombre que se había parado a su lado. -Yo no necesito suerte, ¿vos qué necesitás? Yo te vendo lo que sea. -Ah, qué bueno, porque yo justamente compro lo que sea. -Entonces encontraste al tipo indicado. Lo querés, lo tenés. Decime ya mismo qué es lo que te haría feliz.

La ventanita del humor

por Javier Debarnot Lo reconozco: soy un actor frustrado. También soy músico y futbolista frustrado, pero tampoco hay que ahondar en mis frustraciones que ya está visto que tengo varias. Mi trunco camino hacia el terreno actoral se cruzó en mi vida varias veces, pero siempre me encontró con el GPS en modo inútil y nunca logré recalcular la forma de llegar a pisar las tablas. Aunque alguna vez me empujaron en cierta forma al escenario, y eso sí que no. A mí no me gusta que me fuercen a nada. En realidad, con respecto a mi vena actoral, jamás estuve cerca de, por ejemplo, inscribirme en un taller de teatro o algo por el estilo. No llegué siquiera a planteármelo dos veces, como mucho una vez y media pero quedo ahí, en estériles hipótesis. Aunque en alguna ocasión participé voluntariamente en episodios que coqueteaban con la actuación, empezando por los típicos actos escolares. Promediando la escuela secundaria, reclamé el papel protagónico en una obra en donde parodiábamos un

¿Una carta?

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por Javier Debarnot Hace pocos días, metiendo cosas en cajas para nuestra futura mudanza a Dublin, casi que me tropecé con una carta de una ex-novia de la juventud, una solitaria hoja amarillenta que llevaba dos décadas atrapada en un sobre de papel y que me provocó lo obvia curiosidad, muchísima, de querer saber lo que me decía esa chica tantos años atrás cuando nuestras vidas eran otras, porque ella y yo éramos otros, muy distintos, nosotros y todo el mundo que nos rodeaba. Leí… Barcelona, viernes 13 de octubre de 1995 Amor: Tengo tantas cosas para decirte que no sé ni por dónde empezar. La mano me tiembla de la emoción y por eso te anticipo que la letra me va a salir así, medio deforme y fea, como si en vez de escribirte con una lapicera tuviera un taladro en la mano. Te puse dos líneas más arriba que no sabía por dónde empezar y me acabo de iluminar. Sé que es medio egoísta arrancar hablando de mí, pero es que no hay otra persona en el mundo con quien quiero c

Agua, fiesta

por Javier Debarnot -¿Está empezando a llover? -¡Estaba anunciado! -Sí, ¿pero justo ahora? Tenía razón mi circunstancial compañero de cancha. El servicio meteorológico, siempre tan aguafiestas, venía anticipando que justo a la hora en que comenzara la final se largaría una lluvia de aquellas. Pero uno siempre tiene la esperanza de que el pronóstico le erre fiero, ese de índole climático y también aquel que presagiaba que era imposible conseguir entradas para ese partido, el más importante en las últimas décadas para el club de mis amores. Estando todavía en Barcelona, empecé a mover varios hilos –hilos tecnológicos, los guasaps y mesenyers de turno- para ver si algún buen samaritano desde Buenos Aires me conseguía un sitio para el partido definitorio de la Copa más importante de América. -¿Cuántas entradas querés? Cuando leía esa respuesta-pregunta de mi amigo Ale, me ilusioné a lo grande porque creí que la posibilidad no sólo era cierta, sino que además po

Qué ridículo

por Javier Debarnot Camino al trabajo una mañana cualquiera y entonces lo veo. Un desconocido, un extraño acercándose en bici hacia mí, no sólo hacia mí, también hacia un camión hidrante de esos que se utilizan para limpiar las calles, gracias a la conexión de una manguera… Y qué problema la manguera, cuando el ciclista la engancha o mejor dicho la manguera engancha al ciclista, y como si fuera una artera zancadilla de un recio zaguero, empieza su titánica tarea de voltearlo, poco a poco, porque así arranca el desmoronamiento, con un temblor de todo en tres metros a la redonda, donde estoy yo, en primera fila, mirando atónito, y es tal el esfuerzo del hombre por no caer que intenta aguantar estoico, se desespera camino al suelo, pedalea en el aire y su lucha parece estar rindiendo frutos porque no será derribado al menos hasta el siguiente párrafo. Ahora sí, el estropicio está consumado. Cae. Se desploma. Paf y fiuuuu. Se desbarranca y se desliza un metro más sobre la acer

Cruzada de un caballero alegre hacia una noble madurez

por Javier Debarnot Son las once y la avenida Tres tiene poco que contar. Así transcurrían, demasiado anodinas, algunas noches de mis vacaciones de mediados de los noventa, pero a pesar de ello cada año planeaba con amigos un viaje a Gesell que nunca dejábamos de hacer. Esa playa tenía una rara e inexplicable atracción para mí: sólo así se explica que en pleno uno a uno no haya viajado nunca a Brasil y terminara todos los eneros emborrachándome en la ciudad de los médanos. Pero esa velada de otro jueves cobarde parecía condenada a la ruina y la rutina, dos palabritas cuyo significado es muy parecido con la diferencia de la letra te que hace todavía más violento el asunto. Saturados de la misma discoteca de siempre pero degustando del pico la birra nuestra de cada noche, estábamos derrumbados en las escaleras de un portal mientras practicábamos en simultáneo las dos disciplinas olímpicas que mejor se nos daban por aquella época, decir boludeces y dejar pasar el tiempo. -Ch

Los ojos del alma

por Javier Debarnot Aldana nunca fue una niña de seis años parecida a la mayoría de las niñas de seis años. Desde que empezaba a enfocar sus ojos a los pocos meses de nacer, ya se veía que su mirada apuntaba a otros sitios. Pero sus familiares y amigos, aun conociendo las rarezas que Aldana traía consigo desde la cuna, jamás hubiesen imaginado lo que, ya comprobado fehacientemente, llevaba adentro esa niña tan especial. Empezó a caminar de una manera precoz, a sus nueve meses de vida. Pareció incluso que hubiera podido hacerlo antes: su imposibilidad residía en que, hasta el momento de dar sus primeros pasos, sus pies no tenían la fuerza necesaria para sostener al resto de su cuerpo, pero se notaba a la legua que Aldana sí contaba con la motricidad adecuada, como si hubiese llegado al mundo con esa capacidad ya aprehendida. Esa, la de caminar, y tantas otras. Al ver de tanto en tanto algún álbum de fotos, solía quedar eclipsada por imágenes antiguas, todavía en blanco y n

De ocupado a preocupado

por Javier Debarnot En un avión. En un teatro. En un crucero. O incluso en la casa de tus futuros suegros. Hay lugares complicados para quedarte encerrado en un baño, pero encuentro pocos tan incómodos como puede serlo un casamiento. Si aquello ocurre, no es difícil que te enfoquen por un rato las luces del protagonismo de la fiesta, y yo –desde un perfumado toilette- fui alguna vez ese inesperado iluminado. Se trataba de la boda del jefe que tenía en esa época, que se celebró en una típica casa de campo situada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires. Como aperitivo a la fiesta en sí, había una ceremonia religiosa muy “cool” al aire libre, con participación de familiares y amigos. El atractivo de este evento, comparado con los que tienen lugar en una iglesia, era que los más íntimos de la pareja que pasaban a leer trozos de la biblia, parecían haberse fumado unas páginas de la misma. Todo era muy estudiosamente relajado. Pasamos al sitio donde se realizaría la cen

La decisión de Julio

por Javier Debarnot Jueves, 9:53 PM El movimiento mecánico de la fregona ya era para Julio una suerte de paso de ballet, como una coreografía elegante y pausada que venía repitiendo desde hacía seis horas, habiendo empezado por la cuarta planta y a punto de acabar el último piso del edificio. Derecha, izquierda, doce veces así, y a sumergir otra vez el palo con peluca en el cubo de agua. Julio tenía un cansancio de esos que te obligan a seguir manteniéndote activo, consciente de que en caso de frenar se puede sufrir un desmayo instantáneo. Y él no quería padecerlo faltando apenas siete minutos para acabar su jornada laboral, una más de esas “limpias e impolutas”. Una más al cabo de los últimos veinticuatro años. Unos pasos de baile más y en su cabeza escuchó un “chan, chan”, como el cierre de un tango. Se pasó la mano por la frente secándose algunas gotas de sudor, preguntándose cuántas le habrían brotado en toda su trayectoria como empleado de limpieza de la empre

Una lección sobre la arena

por Javier Debarnot Estaba con ganas de un nuevo reto y no sé cómo me topé con uno bien grande: correr una media maratón, y por la playa. Para que fuera más extraordinario, el evento iba a ser en diez días a partir del momento en que tomé la decisión de hacerlo -y de la última vez que había salido a trotar, ya habían pasado diez meses-. Con ese panorama, no imaginaba otro final que no fuera el mío atravesando la línea de llegada con una capa de súper héroe. Para derribar todos los mitos acerca de la preparación necesaria para participar de una media maratón, y para demostrar que a un paso de mis cuarenta puedo tener un rendimiento que envidiarían varios de veinticinco. Cuando puse “entrenar para correr 20 kilómetros” en el Google, no existía un resultado que no incluyera como mínimo un cuadro de seis semanas. Leía frases lapidarias como “respetar una progresión”, “no aumentar bruscamente las distancias recorridas”, y otras tantas sentencias que, al repasarlas, no hacían má