Okupas
por Javier Debarnot Dejé mi hogar diciéndole adiós a mi historia reciente sin grandes aspavientos. Crucé toda la ciudad, hasta el otro lado del río, y mientras vagaba por allí, una noche de luna llena de octubre, vi una puerta cerrada a medias que mi optimismo tradujo en abierta por la mitad. Tenía ante mí una oportunidad grande como una casa. Primero con timidez y después con firmeza, empujé el portón y me metí. Sin hacer mucho ruido, acomodé mis pocas cosas en los recovecos de la morada tomada y caí rendido al sueño. Y de eso ya van casi ocho años. No era el único en aquella casa. Éramos muchos okupas que proveníamos de los sitios más recónditos, pero no se trataba sólo de nosotros, los teóricos invasores. Los dueños de casa también deambulaban por los pasillos y se los veía amos y señores de sus habitaciones, de la cocina, del baño, de todas las salas comunes. Los primeros días, semanas, y hasta meses, nos miraban por encima del hombro, marcando la diferencia, subrayánd