No puedo escribir en la oficina
por Javier Debarnot
Ahora es el momento. Ya mismo me pongo, si total no es difícil. La historia la tengo y si logro hilar las frases con algo de gracia seguro que sale algo bueno. Abro un documento en blanco y maldición, suena el teléfono y desde los otros internos juegan al distraído.
-Contaduría, buenos días -atiendo con el piloto automático, tan automático que a veces digo buenos días a las seis de la tarde.
-¿Está el señor Suárez? –preguntan por mi jefe que para variar no está.
-Tranquilo que ya le dejo nota -contesto mientras mis dedos manipulan un boli invisible que hace malabares en el aire.
Al final, la interrupción fue minúscula pero cortó la pizca de inspiración que había enjaulado para la introducción. Y eso te mata, aunque por suerte en ocasiones la inspiración tiene memoria y vuelve, como ahora. Claro, esa es una buena forma de empezar el relato, tiene gancho, pero “¿tienes un minuto, Javi?”.
No lo puedo creer. Le pregunto qué quiere a mi compañero Jordi, con la sonrisa más falsa del mundo. Y lo que quiere es que le mire un “supuesto” problema para descargar un archivo. ¿Ese documento indispensable para el futuro de la empresa? ¿Esa ley que va a modificar nuestro mercado? ¿El calendario laboral del año que viene? Sí, claro, no se puede ser más ingenuo. El indeseable del escritorio de adelante me pide un salvavidas para que le enseñe a piratear la película favorita de su novia, y yo le digo que sí, cuando preferiría mandarle un anónimo a su chica con un simple “abre los ojos: Jordi es lo más inútil que he visto en mi vida. PD: en sus ratos libres consume porno duro protagonizado por gimnastas ucranianos”.
Cinco minutos después, por fin estoy liberado. ¿Por dónde estaba? Todavía con la hoja en blanco, esa gran amiga de los escritores, la que te dice a la cara frases del tipo “me ves a mí y te quedas sin palabras”, o “sabes muy bien que esta vez no se te ocurrirá nada”. No, hojita, estás totalmente equivocada porque, ¡ostias, el informe para Suárez! Me lo acaba de recordar una alerta y lo bien que ha hecho, porque si no, más que hoja en blanco tendré una carta de despido.
Pasan dos horas y, con mi deber cumplido, cuando estoy por poner la primera letra siento el sonido de la silla de mi jefe al ser abandonada. Pasos y él viene hacia mí. Mierda. Pero no, veo la luz al final del túnel: me felicita por el informe que le acabo de mandar. Se aleja y yo me decido a arrancar.
-¿Llamó alguien para mí? –me sobresalta cuando ya parecía haberse marchado.
Busco la nota invisible por unos segundos y, como mi memoria es desastrosa, prefiero contestar que no. Se va y siento un alivio inmenso. Ahora sí, me digo, es un relato que transcurre en la oficina y son sólo quinientas palabras. El problema es que no me queda ni una.
Comentarios
Martín
Ojo Javi, no es tu caso, porque para vos escribir es tu profesión, así que decile a tu jefe que lo contemple!
Buenísimo!
Mari