No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy
por Javier Debarnot Sentado sobre el confortable sillón, Mario se saca una legaña con un dedo y con otros dos abre y cierra mecánicamente los distintos menús de su móvil. A su alrededor, cuatro de sus amigos hacen lo mismo y unos cuantos más revolotean por la zona, todos medio dormidos, la mayoría ansiosos, pero ninguno tan ilusionado como Mario. Pasan los minutos y cada tanto vuelve a revisar la misma conversación. Queda eclipsado, una y otra vez, y ya se sabe de memoria ese ininterrumpido intercambio de mails, entre él y Anna, que había empezado cuatro días antes y tenía su último mensaje la noche anterior. Mario sonríe de sólo imaginar la alegría que le había provocado la llegada de cada correo y, más que nada, el contenido de los mismos. Compartió con Anna dos semanas que, ni se permite dudarlo, fueron las mejores de su vida, una vida corta, cualquiera podría aclararle y tendría razón, pero en sus diecisiete años Mario jamás había estado tan obnubilado como lo estaba a