Todo, pero todo es posible
por Javier Debarnot
Ella despertó aquella mañana con ganas de vivir, muchísimas ganas. Con un gran deseo de sentirse en el cénit de su plácida pero silenciosa existencia, de hacerse notar aún a costa de romper en pedazos la tranquilidad de todos los que se hacían un hueco en su mundo. Tantas veces se la había nombrado en vano, tanto se había especulado con ella, que ya quería hacer algo de verdad para que vieran que sí, que aquello que se decía era cierto. Que podía serlo. El problema era que, tratándose de ella, su decisión de salir del letargo iba a causar revuelo, desconcierto, temores, dudas y finalmente certezas de profecías apocalípticas que quizás estarían empezando a cumplirse. Pero qué más daba, ella sintió que debía reaccionar y demostrarle a los hombres que la leyenda era real; y su acción, una confirmación atroz y descarada. Para que aprendan.
Las casas empezaron a tiritar cuando ella comenzó a desperezarse. Sus bostezos nacían como brisas pero enseguida crecían vistiéndose de vientos, sintiéndose tornados, tronando a huracanes y arrasando con todo a su paso, revoleando ropa tendida, ramas enclenques y papeles sueltos, zarandeando paredes flacas y haciendo temblar a las férreas extremidades de algunos caballos que se inmiscuían, siempre estaban haciéndolo, en su geografía estática, en su superficie muerta, su cuerpo dormido que ya estaba dejando de serlo. Su larga siesta tenía fecha y hora de caducidad, que era ese mismo momento.
El principal susto se lo llevaron los animales más pequeños que a poco estuvieron de quedar patas para arriba cuando ella inició su sorprendente movimiento. Algunos caían y no podían dejar de rodar, de desbarrancarse, sin lograr hacer pie en ese suelo que temblaba y se ladeaba en una dirección, siempre hacia el oeste. Y después llegó el turno de algunas casas, las más desgastadas por el tiempo, que como víctimas silenciosas experimentaron la horrible sensación de no poder hacer nada para evitar que sus muros y tejados se resquebrajaran y comenzaran a ceder, llenando de pánico a sus moradores. Pero ella no pensaba detenerse sino todo lo contrario. Sólo le había costado despertarse, una lógica modorra después de sus miles de años de letargo, pero una vez roto el sueño que algunos creyeron eterno, la furia no iba a apaciguarse ni menos detenerse porque ya no había vuelta atrás hasta cumplir con su premisa, demostrando aquello que decían una y otra vez hasta el cansancio. Allí iba ella, reptando y arrastrando todo consigo, recortando el cielo, cabeceando nubes, no dejando indiferente a ningún ser vivo sobre su faz, la mayoría intentando aferrarse a algo para no caer mientras ella avanzaba, palmo a palmo, comiéndose las distancias que la separaban de él. Ella iba hacia él, a buscarlo, como estaba escrito.
Todos los que estaban sobre ella, polizontes sin desearlo de ese inédito viaje, poco más podían hacer que mirarse unos a otros sin hallar las palabras para explicar aquella locura. Mientras avanzaban sin pausa, por las dudas avizoraban el horizonte, con cierto temor de ver adelante a otra que, al igual que ella, estuviera haciendo eso y existiera el riesgo de que chocara contra ella, con toda la gente, animales, árboles y plantas como juguetes rotos y potenciales víctimas de un potencial impacto de las dos gigantes. Pero no. Por fortuna no otearon ese peligro, parecía no haber moros en la costa, aunque igual seguían moviéndose.
Mientras ella hacía de las suyas, él permanecía en su casa, impávido, displicente, espeso. Jamás podría imaginar que ella estaba en ese instante acercándose más y más, buscándolo, deseándolo, decidida a hacer aquello a lo que él no se había animado, aun sabiendo muy bien que a él le habría resultado mucho más sencillo. Afuera todo giraba en torno a la inminente llegada de ella. Adentro todo se sumía a la introspección en la que él se había zambullido indiferente, hasta que alguien llegó para rescatarlo de su pasividad, de su letargo. Y sólo una frase tuvo que soltar el visitante para que él se replanteara absolutamente todo. “Mahoma, no vas a creer lo que veo: sal y verás quién ha venido a buscarte”.
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