Aislados

por Javier Debarnot

      Nunca había cerrado los ojos, razón por la cual todas las instantáneas del horror quedarían tatuadas en sus retinas. En ese momento se preocupó por no abrir su boca impidiendo que el agua empezara a rellenarle los pulmones, y con una inusual calma pataleó y braceó con todas sus fuerzas alejándose de partes del fuselaje del avión que se hundían arrastrándolo todo a su paso. En pocos segundos y sorteando cuerpos y restos maltrechos, Robert se esfumó de la oscuridad de las profundidades, emergió a la superficie y allí nadó dejando atrás la peor escena de su vida.
 
      Tiempo después, el único sobreviviente llegaría jadeando desesperadamente hasta la orilla de una isla dibujada en el medio de la nada y sin permiso para retratarse en mapa alguno. Extasiado, Robert se desplomó sobre uno de los respaldos de asiento que también habían sido arrastrados al igual que él, y allí se durmió temblando del frío y del terror que todavía lo invadían. Con la salida del sol pudo descubrir la belleza de ese sitio, que durante su arribo a medianoche sólo estaba cubierto de una negra espesura que le había impedido ver más allá de dos metros de distancia. Tal fue la majestuosidad del lugar que divisó al despertar, que en su mente todavía adormecida se creyó muerto y en el Cielo.
 
      Pasado el estupor de aquel primer amanecer en la isla, primero vació sus bolsillos y dejó los pocos efectos personales que habían resultado ilesos de la masacre a la merced de los rayos de sol para que se secaran, y luego salió a inspeccionar el área. No se adentró mucho más que unas tres o cuatro hileras de árboles que atiborraban la escenografía allí donde se acababa la playa. Se notó con pocas fuerzas y empezó a sentir el hambre, hasta que esos pesares se le alivianaron cuando encontró un radiotransmisor a la sombra de una palmera. Robert lo encendió y no tardó nada en captar una frecuencia que depositaría en sus oídos la única voz que escucharía en la isla.
 
      -Escúchame bien, Robert Harris, no me gusta repetirme por lo cual todo lo diré una sola vez. Has sido elegido para pasar aquí el resto de tus días. Jamás podrás salir de esta isla, y ni te ilusiones con que alguien algún día pueda rescatarte. Esta isla existe sólo para ti y para mí, y fue real para otros que he escogido antes de ti y también lo será para los que traiga en el futuro una vez que ni tus huesos queden en pie.
 
      Mientras sostenía la radio, el superviviente inició una furibunda recorrida visual de todo lo que lo rodeaba y se aventuró a hacer aquello a lo que antes no se había animado: adentrarse en el corazón de la isla. Iba buscando por instinto a esa persona que machacaba su cabeza con palabras y frases cristalinas que se le clavaban como sentencias escalofriantes.
 
      -¿Dónde estás? ¿Quién eres? -atinó a interrumpirlo por primera vez.
 
      -¡Calla y escucha! Estoy en todos lados y en ninguno. Soy el mismísimo demonio, ¿ahora me entiendes?
 
      -Pero si esta isla... –ni por un instante Robert se había permitido dudar de lo que escuchaba y eso lo atemorizó casi hasta paralizarle todo desde la punta de sus pies hasta su pelo, aunque como pudo fue articulando sus pensamientos vocablo a vocablo– Esta isla parece más bien el paraíso –reflexionó y le dio paso a un silencio efímero que se cortó de cuajo con una carcajada atroz y más diabólica que nunca.
 
      -Es lo que me encanta. La imagen que casi todos los hombres tienen del paraíso será tu propio infierno, pero eso no es todo. Una de las pocas cosas que aprecio son las paradojas, como habrás visto, y ahora escucha muy bien: la paradoja más grande es que yo, el propio demonio, sólo te pediré que hagas una obra de bien.
 
      Robert aflojó su cuerpo y, casi derrumbándose, se dejó caer y contener por el tronco de una palmera que hizo de respaldo para su espalda. Entonces bajó el rostro escondiéndolo entre sus rodillas y se hizo muy pequeño mientras su interlocutor extendía el suspenso. Quedó allí, atado a la sumisión, hasta que de pronto cruzó el umbral y de esa imaginaria puerta emergió envalentonado. Viéndose perdido, trocó su actitud blanda y temerosa por un decidido espíritu de lucha y no dudó en gritarle a aquel que le hablaba con descaro.
 
      -¿Y qué es lo que tengo que hacer? A ver… ¡Dímelo y ya veré si me da la gana hacerlo!
 
      -Bueno, Harris, veo que aún corre sangre por tus venas. Escúchame bien: ya te expliqué que antes que tú hubo otros. El primer detalle que te pido es que cuando encuentres al cadáver de quien te antecedió le des una digna sepultura. No me gusta que mi casa vaya siendo un depósito de cuerpos que se ponen putrefactos al sol, ¿me entiendes? Ahora oye bien, esa mujer que encontrarás y enterrarás adonde te plazca, fue quien construyó un refugio en el que tú podrás vivir dignamente. Está en el otro lado de la isla, y te aseguro que a ella le llevó casi todos los años que le quedaban de su vida, por lo tanto la disfrutarás más tú que ella.
 
      Mientras continuaba con el transmisor en su mano, Robert dilucidaba cada palabra del otro. La idea de que todo iba en serio se le iba haciendo carne en su cuerpo, penetrándole en los poros e impregnándose en cada estrato de su intelecto, después de librar pequeñas batallas contra el sentido común en donde prevalecía esa nueva realidad por sobre la ilusión de un rescate heroico perpetrado en esa isla en medio de la nada.
 
      El demonio le comunicó su supuesta labor, aquella que según el propio Satanás contenía tintes de obra de caridad: debía hallar y matar como sea a unas víboras de la especie cobra filipina que acechaban en esa zona y eran consideradas de las más venenosas del mundo. La tarea de Robert sería eliminar a cada uno de los pocos ejemplares que existían en la isla, evitando así que se reprodujeran y extendieran su halo más voraz hasta convertirse en una plaga asesina, haciendo que cada metro cuadrado de aquel frondoso paisaje fuera una posible trampa mortal esperando a ser activada.
 
      -Si tú no te encargas de ellas, el próximo visitante perecerá bajo sus fauces, no tengas dudas -fue la advertencia que le reafirmaba a Robert que aquella misión era efectivamente una empresa pensada para obtener réditos futuros y no verse beneficiado él mismo. Él debería arremangarse durante su estadía para que un futuro isleño pudiera caminar en paz sin estar bajo la constante amenaza de una súbita picadura que depositaría en su sangre el veneno suficiente para dejarle respirar por apenas un par de horas.
 
      El superviviente se permitió enfrentar al demonio y desafiarlo, preguntándole qué pasaría si no cumplía con ese legado que tan caprichosamente le había sido asignado. Y el ser supremo le contestó con pasmosa tranquilidad que en verdad no podía obligarlo a nada, pero que en realidad él lo estaba ayudando dándole un objetivo, una razón de vivir, sin la cual sólo le quedaría ir pasando cada día hasta morir en la soledad más absoluta.
 
      -No tengo nada que perder aquí, ¿por qué no dedicarme a la nada misma hasta que me llegue la hora? -se jactó Robert ya convencido de que haría lo que se le plazca.
 
      -Siempre hay algo más para perder -le sentenció el demonio casi como si fuera un versículo de su propio evangelio. No hubo mucho más diálogo en aquel momento más que unas cuantas frases más de Robert, recalcando que “lo único bueno que he hecho en mi vida está a miles de kilómetros de aquí y ni Dios ni nadie le pondrán una mano encima”. Pasados unos minutos, el transmisor quedó mudo y nunca más brotaría sonido alguno. Esa tarde, el hombre recorrió la isla y si bien no se topó con ninguna serpiente, sí halló la casa que, tal lo había dicho el diablo, tenía muchas comodidades para sobrellevar su vida en aquel sitio salvaje.
 
      A pocos metros del refugio y cuando se disponía a inspeccionar los alrededores, Robert se tropezó con un manojo de huesos que evidentemente pertenecían a la mujer que había construido el paraje. Cargándose de un respeto y compromiso que pocas veces había desembolsado en su vida, cumplió al menos esa parte del pedido y, luego de cavar con mucho ímpetu un pozo, sepultó los restos de su antecesora en la parte oeste de la playa.
 
      Habiendo sufrido el accidente aéreo a la edad de cincuenta y cuatro años, Robert J. Harris dejó atrás las poco más de cinco décadas que lo habían cobijado en su San Francisco natal y comenzó una nueva vida. Atrás quedó su vertiginosa carrera como asesor de bolsa y luego banquero que le había dejado varios ceros en su cuenta pero pocos amigos en su haber a raíz de un inescrupuloso carácter que siempre lo llevaba a buscar el bien propio por sobre el ajeno. En la isla se topó con su lugar en el mundo, aprendió a pescar, a valerse de los más ingeniosos métodos para hacerse de su comida y pronto dejó de echar de menos al mundo civilizado.
 
      Unas pocas veces le pareció oír un sonido chirriante de algo que reptaba sobre hojas secas, y hasta alguna noche de luna llena creyó ver brillar un par de ojos fríos a pocos centímetros del suelo, pudiendo pertenecer a alguna de aquellas cobras filipinas que habitaban la isla según el demonio. Pero jamás se planteó cazarlas para acabar con su raza a pesar de que había adquirido la capacidad para hacerlo. Siempre pensó muy en su línea egoísta que sería problema del que viniera si se topaba con una gran cantidad de serpientes venenosas. Gastó los años en vivirlos a sus anchas, mejoró el refugio sólo lo suficiente y tampoco se preocupó mucho por mantener la limpieza y el orden de la porción que habitualmente ocupaba.
 
      Cuando alcanzó según sus cálculos una edad que pasaba la barrera de los setenta se dio cuenta que de a poco las fuerzas comenzaban a abandonarlo. No tardó mucho en pensar, teniendo en cuenta que reflexionar era una actividad a la que no le escapaba, que quizás alguna mañana de ellas no despertaría o que un golpe mientras pescara entre las filosas rocas del acantilado podría llegar a ocasionarle la muerte. Entonces improvisó una especie de lápida en la que sólo faltaría rellenar con su cuerpo y la fecha del deceso. De esto último probablemente nadie podría saberlo, pero sí ser sepultado por el futuro náufrago así como él había puesto bajo tierra el esqueleto de la antigua moradora. Puso su nombre, elaboró también una especie de testamento sobre unos papiros que colocó bajo una roca y agregó una foto personal que había guardado siempre en su billetera.
 
      Robert pereció a las edad de setenta y siete años. Una fría ventisca no se había apiadado de él mientras regresaba empapado de una excursión al sur en busca de dorados para la cena y, habiéndosele metido una gripe en su cuerpo ya debilitado, apenas pudo sobrevivir unas semanas hasta que cerró sus ojos para siempre en la parte más alta de la isla, lugar al que casi se había arrastrado porque era el sitio que le parecía más indicado para morir. Falleció allí arriba, como a él le gustaba, teniéndolo todo a sus pies.
 
      No más de unos dos años después de la última exhalación de Robert, alguien nuevo llegó a la isla. Se trataba de Steve, un talentoso científico que antes del accidente que lo devino en único sobreviviente estaba volando de Nueva Orleáns a Londres para dar una conferencia sobre energías alternativas. Tenía apenas treinta y ocho años, dos hijos y un gran futuro en su carrera que se estrelló bruscamente como el 745 que había quedado en el fondo del Atlántico. Al igual que casi todos los que misteriosamente llegaban a la orilla de la playa, Steve pasó la primera noche a la intemperie y sólo al día siguiente se le dio por inspeccionar su nuevo paradero. Nunca encontró ninguna radio ni nadie se comunicó con él de alguna extraña forma.
 
      Entonces, al correr una rama que se interponía en su camino algo le saltó y en un segundo fatal sintió un pinchazo que comenzó a nublarle la vista. Mareado y adormecido, el hombre quedó en el suelo y desde esa posición alcanzó a divisar la cola de una víbora que serpenteaba entre hojas alejándose de la escena del futuro crimen. A Steve paradójicamente no le quedó otra que empezar a arrastrarse luego de haber recibido el estiletazo de la serpiente. Y en ese estado estaba cuando, a pocos metros, divisó una piedra desde cuyo extremo flameaba una hoja con una leyenda que no alcanzaba a leer porque su visión perdía precisión a una velocidad que lo atemorizaba.
 
      Quedó casi desplomado, sin poder mover casi ningún músculo a medida que iba sintiendo que aún estático volaba de fiebre. Con las escasas energías que le brotaban a cuentagotas, Steve intentó llegar con su mano al papiro que despuntaba de la roca y sacó fuerzas de donde no tenía para lograr arrancarlo. Se lo puso a escasos centímetros del rostro y se disponía a dilucidar lo que estaba escrito en el mismo cuando se levantó una brisa feroz. Tan sorpresivo fue el soplido del viento que el herido no tuvo reflejos para evitar que se le volara el objeto que tenía en sus manos. Iba a morir sin haber podido leer el testamento que Robert J. Harris había dejado de puño y letra.
 
      En ese documento, el autor dejaba constancia que le legaría toda su fortuna a la única persona que había valorado en su vida, su hijo mayor. Éste era aquel que agonizaba en la misma isla, envenenado por una serpiente que su propio padre nunca se había decidido a matar por pereza, egoísmo o lo que fuera, decisión que, atroz y macabramente, terminó cavándole su tumba.
 
 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Misterioso, muy misterioso. Da para que escribas mas... que venga la segunda parte! Hablamos.

The Godfather
Anónimo ha dicho que…
Javi, estupendo el relato. siempre logras tenerme en ascuas hasta el final. Qué cruel!!, me ha encantado.
Olga
Cristian Perfumo ha dicho que…
Este relato llega me llega justo en un momento de mi vida en el que estoy enfermisimo con "Lost" y ademas me encuentro viviendo en una isla donde parece que hay bastantes serpientes (aunque yo todavia no vi ninguna).

Si me pasara algo, le dejo todas mis deudas al Diablo.
mazlov ha dicho que…
Sí, a mi también me hizo acordar a Lost...
Lo que sí: el demonio era bastante cabrón! Yo espera que ofreciera un trato o algo así :)
Claris ha dicho que…
Para nada me esperaba el final, muy bueno (y macabro). Moraleja: viaja en tren (salvo que quieras hacerte pasar por inválido y te descubran) Espero impaciente la siguiente historia.
Hermanos Bladimir ha dicho que…
E x c e l e n t e relato, Javi.
El final -como siempre- sorpresivo e inesperado.
Yo, ¿por suerte? y a diferencia de los demás, no me envicié con Lost, y ni me acordé de esa serie a lo largo de la historia. Eso sí, se me venía a la cabeza "El Señor de las Moscas". Contextos similares.
El Demonio me pareció bastante copado. Es interesante eso de que le diera tareas para no aburrirse.

Y hasta me imagino al radiotransmisor captando interferencias de alguna radio de reggaetón...

En verdad se te extrañaba. Felicidades por el regreso!

HB
**VaNe** ha dicho que…
Wowwwww Javi...
En la medida que iba leyendo me carcomía la ansiedad y la lectura se empezó a acelerar de una manera increíble!
Es genial lo que planteás!
Y me parece que no por nada lo leo hoy; casualmente anoche sostuve una discusión sobre estos temas: el estar en el mundo, el ser mejor persona, el crecer, el evolucionar...
Mucha gente está convencida de que sólo se trata de pasarla bien... qué impotencia me da...
Gracias Javi!
Juro que este texto, me toca bien bien hondo.
Qué bueno que volviste!!
Besos!
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno Javi
La verdad que lo lei de un tiron y sin interrupciones, queria llegar todo el tiempo al final para ver como terminaba.
Estupendo, tipica moraleja, de ser bueno y demas, bla bla bla; pero el cuento en si es excelente.
Abrazo
Gon
Anónimo ha dicho que…
QUÉ BUENO JAVI!!!! EXCELENTE!!!
Y NO LO DIGO POR SER TU MEJOR FAN, JAJA!
ME ATRAPÓ COMO VIENDO UNA MUY BUENA PELICULA...
DIFÍCIL METERSE DE LLENO EN EL LABURO, CON TANTA GENTE Y RUIDO... SIN EMBARGO YO LO LOGRE Y NO TUVO DESPERDICIO.
SEGUI CREANDO GENIO!!!
Mari
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno!

Egrus.
Anónimo ha dicho que…
Este no es un comentario de tu cuento, sino un pedido: seguí escribiendo Javi!!! Y el próximo para cuándo? Sino voy a pensar que lo del juego de la copa es cierto, jaja...!
Anónimo ha dicho que…
Excelentes letras. Me gusta lo que has escrito.
Anónimo ha dicho que…
Para cuando el proximo???
Anónimo ha dicho que…
PARA CUANDOOOOOO?

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