Abusos horarios (Parte I)

por Javier Debarnot

      Marcos repasó por enésima vez en su billete los horarios de los vuelos Buenos Aires-Roma y Roma-Madrid. Y volvió a maldecir por la eterna escala de seis horas en el aeropuerto de la capital italiana. “Algo inventaré”, se resignó para adentro ya despojado de su equipaje. Sintiéndose ágil y liviano al sólo cargar una mochila y los tickets de embarque, se sentó en su asiento 19-J sin saber que esa libertad tenía las horas contadas.
 
       -Levante sus manos y póngalas detrás de la cabeza, ¡ahora! – le gritó un policía español. Casi en simultáneo, otro agente más grandote lo tiraba con rudeza contra una de las paredes de la terminal internacional de Barajas. Marcos intentó un casi tartamudo pedido de explicación, pero sus súplicas no se hicieron eco en los oídos de la ley y al cabo de pocos minutos ya estaba en una comisaría de Madrid.
 
       -Está arrestado por el asesinato de un hombre en Roma, tiene derecho a un abogado- así, con esa exacta, escueta y escalofriante frase fue recibido en el destacamento policial.
 
       Había tenido un viaje sin mayores sobresaltos. Había llegado a Italia y pasado la tediosa escala en tierra entre lectura y tabaco, con cinco cigarrillos fumados compulsivamente en las salas destinadas a tal fin. El vuelo Roma-Madrid se le había consumido como un video clip comparado con el trayecto largo con el que cruzó el Atlántico desde Argentina. Y de golpe, los tres policías armados hasta los dientes esperándolo en el aeropuerto de Madrid, culpándolo de haber matado a un tipo en un centro comercial italiano.
 
       Después de la desesperación inicial, Marcos se calmó porque estaba convencido de que se trataba de un error, uno de esos bien grandes. Pero la tranquilidad le duró poco más que un parpadeo cuando un policía tiró un par de fotos sobre la mesa del comisario. En ambas, no sólo se lo veía claramente a Marcos, sino que también se advertía que la víctima no era una persona ajena al presunto asesino. Era un hombre que había compartido el trayecto largo del vuelo con él, ubicado en la fila 18 junto a su mujer. Y supuestamente el acusado lo había acribillado con tres balazos en el estacionamiento del shopping “Porta Di Roma”.
 
       -Tenemos a varios testigos que dicen haberlo visto discutir con él en el avión. Hombre, está en graves problemas- lo desmoronó un oficial mientras sorbía su café- por no decir que no lo salva ni Dios.
 
       Eso era lo único que Marcos no podía negar. Las dos cosas. Que no lo salvaba ni Cristo ni que el entredicho con la víctima Francesco Zibaldi no había existido. Mientras sobrevolaban todavía territorio brasileño, el inicio de todo fue un cruce de miradas entre él y la bellísima mujer del italiano. Pero no había sido un intercambio visual cualquiera. Después de un comentario acerca del lugar disponible en el maletero superior, la exuberante Isabella le sonrió a Marcos mientras lo fulminaba con sus ojos color miel. Y Francesco captó esa escena con la precisión quirúrgica de un enfermo de celos.
 
       -Ma´ qué extraño, un argentino creyéndose el piu bello de la aeronave.
 
       -¿Perdón, creyéndose qué?
 
       -Mejor calla y dejemos aquesta discusión aquí, que ya no se me canta seguir parlando contigo.
 
       -Se está confundiendo…
 
       -Pero te digo que calles.. ¡Oigan!– gritó llamando la atención de veinte pasajeros a la redonda –Tengan tutto el cuidado con este argentino que le agrada la donna del prójimo– y se sentó sin decir más. A Marcos no le importó en ese momento que el italiano tuviera físico de jugador de rugby y se le hubiera abalanzado con un derechazo directo al pómulo. Pero lo que lo detuvo fue tomar conciencia de cuán poco atinado sería iniciar una pelea a 14.000 pies de altura faltando 8 horas para llegar a destino. Entonces se sentó callado, mordió los labios y, de haber sido posible, hubiera usado una de esas bolsas de papel que se guardan en el asiento de adelante para devolver toda la bronca que se le revolvía en el estómago. Todo por culpa de ese gorila metido en el cuerpo de un italiano que lo había dejado en ridículo con tanto viaje por delante. 
 
      -Les juro que todo quedó ahí. Jamás volví a dirigirle la palabra ni a tener contacto con este tal Francesco- se deshacía en explicaciones ante los policías, aunque no podía dejar de admitir que el tipo que aparecía disparándole a la víctima en el centro comercial era muy parecido a él, además de estar exactamente igual de vestido. Mismo peinado, misma contextura física, mismo todo. Un escalofriante calco de Marcos pero en versión asesina.
 
       Sin tiempo para más reclamos ni explicaciones, y debido a los incesantes pedidos de la Justicia italiana exigiendo la presencia del acusado para “tirarlo a los leones”, el joven argentino fue extraditado. A pocos días del crimen ya se encontraba en un juzgado de la zona céntrica de Roma aguardando por una impiadosa sentencia. La prensa sensacionalista hablaba de 30 años de prisión, argumentándose en una supuesta premeditación y sangre fría para ajusticiar a Francesco por la espalda. En cada telediario se recalcaba la intachable conducta de la víctima, pintándolo casi como el “Gandhi genovés”.
 
       El día del juicio llegó muy pronto para Marcos. Apenas había conocido al abogado que le proporcionó el poder judicial italiano, un profesional de las leyes cuya defensa pendía de una leve brisa para desmoronarse, como un castillo de naipes armado junto a una ventana abierta de cara a una ventosa avenida. No pudo conseguir ni siquiera a una persona que atestiguará haber visto a Marcos en el aeropuerto de Fiumiccino. O alguien que declarara que el acusado estuvo todo ese tiempo leyendo, y no enfrascado en una venganza absurda y exagerada que lo llevaría a matar a Zibaldi con la saña de un asesino sicótico.
 
       Cuando todo iba encaminado hacia una inapelable sentencia condenatoria para Marcos, apareció un hombre cargando varias carpetas. Captando la atención de la sala, subió al estrado como testigo de la defensa presentándose como el Dr. Furlang, un científico español con una extensa trayectoria en el exterior que incluía prestigiosas universidades norteamericanas. Eran las cuatro de la tarde cuando, en perfecto castellano, comenzó su exposición que iba siendo traducida al italiano casi en simultáneo.
 
       -Antes de empezar mi argumentación les pido algo sencillo a todos los que están en la sala: juez, abogados, jurado y periodistas. Les pido que miren la hora en su reloj. ¿Verdad que son las cuatro y veinticinco de la tarde? Pues miren, me voy a acercar al acusado y le voy a preguntar qué hora registra su reloj. Juro que esto no está preparado.
 
       -Sé que son las cuatro y media, pero en mi reloj son las once y veintisiete de la mañana- contestó el joven sin saber hacia dónde llevaba todo eso.
 
       -Claro, -continuó convincentemente Furlang- Marcos conserva todavía la hora correspondiente a Argentina, de donde salió hace tres días. Y les informo que, por si no hicieron la cuenta, la diferencia son 5 horas. Supongo que la mayoría de ustedes habrá hecho un viaje en avión que implicara un cambio en los husos horarios. Cuando se vuela de oriente hacia occidente, hay que ir disminuyendo horas. Por el contrario, cuando vamos de occidente hacia oriente, las horas hay que añadirlas. En este último caso, quizás alguno se haya preguntado alguna vez: “¿y a dónde van esas horas que me salteo? ¿quién me las devuelve?”. Ahora mismo les voy a dar la respuesta: nadie devuelve esas horas, como se imaginarán, pero prepárense para escuchar una revelación que sólo conocen los organismos de inteligencia más poderosos del mundo.
 
       (continuará...)
 



Comentarios

Cristian Perfumo ha dicho que…
Una impresionantisidad! Me acuerdo que me contaste a grandes rasgos esta trama un día paseando por Barcelona. Definitivamente es un candidato indiscutido a corto.
ABRAZO!
mazlov ha dicho que…
Estoy por leer la segunda parte! Menos mal que están las dos ya publicacdas!!
Andrés Ini ha dicho que…
Estamos sincronizados! Sos una especie de Bioy Casares, pero con menos fama.
Anónimo ha dicho que…
Acabo de terminar de leerte, las dos partes. El final era el planteado, el esperado, pero llego de tal forma, de tal manera, que me sorprendió. Al principio creí que se trataba de enfermedad de personalidad, pero estuve a nada de buscar Síndrome de Jet Lag-en internet. Solo tengo una pregunta: ¿Qué le dirá el alter ego a Marco?
Javi ha dicho que…
Nehuatl: qué bueno que estés de vuelta.
En cuanto a tu pregunta... queda en la imaginación de cada lector!
**VaNe** ha dicho que…
mmmm... viene lindo!!!!!
ahi sigo leyendo!

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