Road story

por Javier Debarnot

     Impulsada por el viento, la brasa del Camel voló desde la parte exterior de la ventana delantera hasta meterse por la de atrás. Se dejó caer por el espacio existente entre la base y el respaldo del asiento y en pocos segundos ya estaba en el maletero, acolchonada por una bolsa de residuos gris. Al tratarse de una de esas que se encienden enseguida, apenas hubo unos instantes de olor a plástico chamuscado antes de que brotara la violenta llamarada 

     El fuego llegó al tanque de gasolina y la explosión fue instantánea, transformando al coche en una antorcha rodante. El conductor, también rodeado por las llamas, poco pudo hacer para evitar el impacto contra un árbol. Entre alaridos de dolor logró abrir la puerta del lado del acompañante y abandonar esa maraña de metales, vidrios y tapizados ardientes. 

     A los cuatro pasos se desplomó al borde de la ruta, atormentado por un infierno cruel que lo consumía por dentro y por fuera, y sólo encontró alivio al dejar de respirar para siempre. Su cuerpo seguía carbonizándose cuando llegó el primer auto que luego atraería a otra decena de vehículos, entre ambulancia, bomberos, policía, mirones y prensa.

      Los primeros agentes descubrieron el parte del terror: había restos de cuatro personas entre los escombros y cenizas, pero de tres de ellas sólo se encontraron sus cabezas. Nacía el “misterio de los decapitados”, que a partir de ese momento iba a irrumpir con cientos de minutos en televisión y litros y litros de tinta en los principales periódicos de California.

      Unas horas antes de haber dado con el auto incendiado, otro patrullero se había topado con los cuerpos sin vida de una joven pareja, pero en ese hallazgo no había dudas con respecto al motivo de los decesos. Tom tenía una herida de bala que le perforaba el cráneo y su esposa Kelly dos impactos a la altura del corazón. Hasta el más novato de los policías sospechaba de una conexión entre los seis cadáveres encontrados en un radio que no excedía los cincuenta kilómetros en pleno desierto.

      Una semana atrás, Tom y Kelly viajaban con su Cadillac 66 por la ruta 95 en dirección a Las Vegas. Llevando ya horas y horas de ruta y desierto, el hastío ya era un pasajero más. La pareja de recién casados necesitaba cualquier excusa para romper la monotonía del viaje, y fue entonces cuando unos metros más adelante aparecieron dos siluetas al costado del camino.

      -¿Los llevamos? -preguntó Tom casi afirmando mientras bajaba la velocidad.

      -Ni soñando –le retrucó la chica poniendo su pie izquierdo sobre el derecho de su marido para obligarlo a presionar el acelerador.

      Con un chillido estridente y levantando una nube de polvo, el Cadillac dejó atrás a la pareja de mochileros que hacía dedo intentando que los arrimaran a Henderson Park. Todavía maldecían a los conductores del auto por su poca hospitalidad, mientras estos se increpaban mutuamente dentro de la cabina.

      -La próxima vez que metas un pie en el acelerador, me divorcio.

      -Aquí en el medio de la nada, si están armados y nos hacen algo no se entera ni Cristo, ¡infeliz!

      -Si fueran todos como tú, cuando nosotros hacíamos dedo no nos hubieran levantado jamás.

      -Me aburres.

      Kelly encendió una radio donde sonaba una abúlica canción y sus voces se apagaron por los siguientes cuarenta minutos. Casualmente, el motivo por el que volverían a hablar sería otro caminante junto a la ruta que les rogaba un aventón. Tom miró a su mujer sin decir nada y ésta le asintió también en silencio. La chica se había arrepentido de haber dejado librados a su suerte kilómetros atrás a los dos jóvenes, y veía la oportunidad de resarcirse llevando a aquel nuevo individuo. Su marido notó en ella un semblante de paz mientras estaba a punto de detener el vehículo, pero decidió romper esa calma en trizas. Esta vez, sin necesidad de que le pusieran un pie encima, fue el propio Tom quien aceleró violentamente el Cadillac y dejó paralizado al hombre que esperaba de pie, ya presto a acomodar su bolso naranja en el coche.

      -¿Qué estás haciendo, idiota? –disparó la chica con odio.

      -¿Has visto qué feo que es? –no se hizo rogar la respuesta socarrona de Tom.

      Volvieron a decirse los insultos más hirientes, se amenazaron con odio y se maldijeron hasta cansarse. Simultáneamente cayó la noche y sirvió para que le pusieran punto seguido a la reyerta y también a su estadía en el Cadillac. Apartándose de la ruta, por un puñado de dólares pasaron la noche en un hospedaje aledaño a Walker Lake. El tiempo se escurrió demasiado rápido y sin que se hubieran reconciliado ya estaban otra vez desandando la 95 con Kelly al volante. Tom ni siquiera miraba hacia adelante, para no toparse en un descuido con el espejo retrovisor que le devolviera los ojos de su mujer. Iba con el respaldo de su asiento inclinado a tope, su cuerpo recostado y sus piernas extendidas apoyadas en la ventana abierta. Abstraído de todo, apenas se percataba de los flecos de sus botas bailando con el viento cuando sucedió lo que tanto él como Kelly preveían. En la nada misma del desierto, una nueva silueta empezaba a agrandarse a medida que se acercaban. A diferencia del día anterior, enseguida percibieron que había un auto junto a la persona que les hacía seña para que frenaran.

      -Lo voy a levantar – aclaró Kelly sin esperar respuesta alguna.

      -Por mí, haz lo que quieras.

      Frenando unos metros adelante del vehículo del hombre que les pidió detenerse, Tom bajó y saludó cordialmente al extraño. Éste le explicó que había fundido el motor y que sólo necesitaba que lo alcanzaran hasta alguna gasolinera para ubicar a algún mecánico. Antes de subir al asiento de atrás del Cadillac, el desconocido pidió de meter sus cosas en el baúl. Tom y Kelly no lo sabían, pero en ese preciso instante, cuando arrancaron su auto con el tercer pasajero y sus pertenencias a bordo, estaban llevando consigo a todos los que se lo habían pedido el día anterior. En el maletero había una enorme bolsa en cuyo interior iban las cabezas de Max y Hannah, la pareja de mochileros, y también la de Washington, el joven del bolso naranja que tampoco habían levantado veinticuatro horas atrás.

      Media hora más tarde, la charla de presentación se había agotado y los primeros silencios empezaban a incomodar. El hombre aprovechó uno de ellos y pidió gentilmente que detuvieran la marcha para hacer sus necesidades. Una vez detenidos y con el extraño abajo del auto, Kelly sintonizó una radio que pasaba un boletín informativo de último momento. El pánico la invadió al escuchar la noticia de un asesino serial que actuaba en las inmediaciones de la ruta 95. Tom atinó a subir el volumen mientras uno de los locutores comenzaba a dar una descripción física del maniático, y su mujer miró por el espejo retrovisor buscando la presencia del extraño que hasta hacía segundos estaba unos metros detrás del Cadillac. Quedó perpleja al no observar nada ni en el cristal ni en los alrededores del auto, y entonces giró su cabeza para avisarle a su marido que iba a arrancar. Súbitamente sus ojos se paralizaron. Vio la figura del extraño emergiendo a las espaldas de Tom, del lado de afuera del auto, y disparándole un tiro de Mágnum 45 que le atravesó la cabeza.

      El intento desesperado de Kelly buscando arrancar el coche no fue suficiente. La llave le bailoteó en sus dedos temblorosos y no logró tener la coordinación necesaria para poner en marcha el motor. Ya había pasado el tiempo suficiente para que el asesino de su marido diera la vuelta con andar pausado y, sin más miramientos, le asestara un par de disparos en el pecho que le destrozaron el corazón. Quitó los dos cadáveres de los asientos y los puso a un costado del camino. Con una parsimoniosa tranquilidad, se dirigió al maletero y sacó una sierra eléctrica del bolso que llevaba junto a la bolsa gris, pero el artefacto se le atascó cuando intentaba rebanar la cabeza de Tom. Consciente de la imposibilidad y el riesgo de transportar los dos cuerpos enteros sin despertar sospechas, los dejó tirados a escasos metros del pavimento y retomó el viaje.

      Al día siguiente, mientras el Cadillac avanzaba por la ruta ladeando el Valle de la Muerte, el inescrupuloso conductor abrió el bolsillo de su campera de jean y sacó un paquete de Camel, encendió uno y comenzó a darle espaciadas pitadas. Iba sosteniendo el cigarro con su mano izquierda apoyando el codo sobre la ventana abierta, cuando divisó que venía un camión a gran velocidad en dirección opuesta. Sin perder la tranquilidad, giró el volante a la derecha para dejarle el espacio suficiente al otro vehículo.

      En la cabina de aquel Scania viajaba Scott Collins, el padre de Hannah, a quien le habían comunicado por radio que el cadáver de su hija había sido hallado junto al de su novio, ambos decapitados, unas horas atrás. Todavía hirviendo de bronca e impotencia, por su cabeza pasaban los pensamientos más violentos bañados de venganza.

      “No voy a descansar hasta que el hijo de puta que asesinó a mi hija arda en el infierno”.

      Unos veinte metros antes de cruzarse con el coche, el camionero pisó a fondo el pedal del acelerador. Aquella acción hizo brotar una ráfaga de viento que se inmiscuyó entre los dos vehículos, desestabilizando la punta del cigarrillo que el criminal llevaba entre sus dedos.




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Está muy bien escrito. Me sorprendió el cambio en el tono del blog, pero bueno si hay que demostrar maleabilidad.... además me parecería que existe una transmisión desde las situaciones que van viviendo ustedes en la realidad. O será al revés?

Saludos, por cierto recién hoy se me está llendo el dolor de garganta. (la varicela era un señuelo)

Seguí asi maestro que te vas para arriba. :)

Martín.
Cristian Perfumo ha dicho que…
Mi comentario es más simple: me transmitió perfectamente la atmósfera de desierto, Nevada y calor. Me encantó!
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno como todos, realmente sos un grande para esto y te lo digo no por amistad es lo que realmente creo. revisa tu mail que te mando el quinto y cuando puedas recordame el saludo mio por la mañana cuando asomaba mi cabeza para verte en el box.
Un beso para la Rubia y para "propaganda".
Te quiero y te extraño y espero verte en agosto?
Anónimo ha dicho que…
Muy bueno Javi, la verdad que me gusto, es cortito y entretenido, justo para leer en el trabajo mientras mi jefe no rompe las bolas; ademas sin saber mucho me parecio que esta muy bien escrito; en fin todavia no es para un best seller pero ya falta poco.
Abrazo
Gon
Renzo ha dicho que…
Me gusto mucho el estilo de entrelazar los personajes y que en diferentes partes del relato interactuen. Una onda al de "La falsa modestia", pero este es mucho mas pasable (por la tematica).
Cambiandole los nombres, la temperatura ambiente y el camino por la Ruta 3, se podria pensar que esto puede pasar en algun tramo de la ruta patagonica :)
Abrazo
Claris ha dicho que…
Tengo los cacahuetes y el maíz que me acabo de comer recorriendo mi estómago hasta el oído por por la ruta 95. De momento conservo la cabeza sobre los hombros. La próxima historia, un poco más light para las blandengues (y sensibles) como yo.
Muy buena

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