La falsa moral

por Javier Debarnot

     Lucas recordaba poco y nada de los desvariados sermones que le daba su abuelo Roque, pero quien sabe por qué, un par de frases suyas le quedaron grabadas para siempre. 
 
     -Como caballero que sos, le debés respeto a todas las damas, pero hay unas a las que particularmente no tenés que ofender jamás. 
 
     -¿A qué damas? 
 
     -A la moral y a las buenas costumbres. 
 
     Y justo en eso pensaba cuando empezó a trabajar como estatua viviente, cagando en un inodoro de la calle Florida. Claro que no se lo tomaba como un laburo cualquiera. Lucas exprimía al máximo su creatividad para darle constantes cambios de rumbo a sus estáticas actuaciones. Algunos días podía adivinarse por su expresión que había ingerido un suculento asado. En su siguiente presentación, la figura satirizada era la misma, pero los más perspicaces se daban cuenta de que se había manducado un pollo al horno con papas. Sucesivamente, simulaba la evacuación de una napolitana con puré, una ensalada rusa y hasta una tortilla española, dándole forma a una verdadera lección de post gastronomía mundial. 
 
     A un par de kilómetros del lugar donde Lucas se sentaba en el trono, andaba Peter Mac Calley, un visitante londinense deslumbrado por la magia del mítico Caminito. Había llegado al barrio de La Boca casi directo desde Ezeiza. Como su ansiedad por conocer ese atractivo turístico a orillas del Riachuelo era tan grande, apenas se había demorado para pasar por su hotel cuatro estrellas y dejar las maletas. Los traicioneros rayos de sol del mediodía no tardaron en divisar su piel pálida y ya lo tenían marcado como objetivo. Pero el deleite que sentía Peter por una pareja que bailaba tango ni le permitía pensar en el calor. 
 
     Raúl Ortiz, el Raulo para todos los vecinos de Ingeniero Budge, ese día había optado por resignar su ducha. Los veintinueve grados a las ocho de la mañana ni siquiera lo habían amilanado. Habían pesado más sus escasas ganas de salir de la casilla donde vivía con su mujer y sus siete hijos, recorrer los cuarenta metros que lo separaban del pozo de agua y transportar como mínimo tres baldes llenos para asearse, “hoy paso, qué joder”. Luego de haber sorbido un amargo cebado por su primogénito y de dar unas veinte zancadas rumbo a la terminal, ya estaba en viaje, subido a un colectivo cuya trompa olfateaba y desandaba el camino hacia el sur de la ciudad. 
 
     En la peatonal Florida pasan miles de personas y al mismo tiempo no pasa nadie. Cada uno a la suya, aislado del mundo pero conectado a su burbuja con el celular en la oreja. Lucas lo veía todo desde su pequeña tarima y se preguntaba cuánto tiempo iba a seguir dándole vergüenza ajena a los pocos que al menos le dedicaban tres segundos de su atención. Ni el oficinista hiperactivo, ni la administrativa triste y ni siquiera el skin-head facho podían imaginarse que el chico que estaba sentado en el inodoro sufría una brutal descompostura y le sobraban las ganas de pasar de la ficción a la realidad. De poder cagar como Dios manda. 
 
     Peter admiraba a los trovadores españoles desde que conoció a Sabina y a Serrat durante los Juegos Olímpicos de Barcelona ´92. Más que nada era fanático del músico catalán, por eso cuando Raúl lo convenció con un inglés muy básico de que Joan Manuel estaba de incógnito en Buenos Aires, primero lo dudó pero después empezó a convencerse a sí mismo. ¿Acaso no podía ser cierto que Serrat estaba dando un recital de incógnito en un bar donde años atrás había conocido a una novia argentina? 
 
     -¿Are you sure? 
 
     “Yes, man, yes”, intentaba ser convincente el Raulo, sintiendo que ya estaba a punto de pescar a su presa. “Fifty dollars” fue el precio que el argentino le puso al privilegio de ver a Serrat en una taberna de La Boca, y Peter sacó un reluciente billete que fue a parar a la riñonera de Raúl. Entonces, justo cuando éste último estaba pensando que ya se había hecho el día, se le encendió una luz de alarma que lo llevó a apoyarle el brazo en el hombro al inglés impidiendo su ingreso al bar. 
 
     -No camera, Serrat don´t like flashes. No papparazis. 
 
     El pobre Peter, habiendo visto a su alrededor a un policía con aspecto de bonachón que le había hecho un guiño cómplice aprobando la exigencia del Raulo, se armó de la tranquilidad necesaria para dejar en las manos del extraño su filmadora digital valuada en unos ochocientos dólares. Y entró. 
 
     Al mismo tiempo que se le acrecentaban a Lucas las ganas de mover el vientre, también avizoraba en su mente cada vez más nítida la imagen de su abuelo Roque y la vergüenza que le provocaría ver a su nieto sentado con los pantalones bajos en plena calle, a la vista de cientos de transeúntes. Miraba de reojo la vieja lata de Nesquik que había encontrado en una estantería del patio y que en ese momento hacía las veces de alcancía. La orejeaba y solamente un par de monedas de veinticinco centavos brillaban por su presencia, un escaso botín para casi dos horas y media de sudor y fuerza. 
 
     Una mezcla de sensaciones se hicieron carne en el cuerpo de Peter luego de haber entrado a un lugar maloliente donde había más moscas que comensales, zumbando alrededor de un especial de salame cubierto de mugre. Fue imposible salir inmune luego de ver la expresión burlona solapada en la cara de un mozo sesentón, que había abierto al límite sus ojos ocres y arqueado las cejas hasta donde se comenzaban a trazar las marcas de su frente. Lo peor fue cuando cruzó la puerta para buscar a Raúl y reclamarle una explicación, sus cincuenta dólares y su cámara de video. Todo eso había desaparecido incluyendo a Raúl. ¿El policía? O se había ido a perseguir al ladrón o más bien había huido con su cómplice. Otra opción no había. 
 
     A solo dos manzanas del bar, el embaucador se colgaba de un 152 que dejaba pitando la fila formada por otros cuatro colectivos. Todavía jadeaba cuando se bajó en Paseo Colón, mientras pensaba que literalmente ya no estaba para esos trotes. En el barrio de San Telmo llegó casi imantado hasta un turbio local que compraba y vendía productos electrónicos, y convirtió la camarita en un dinero que le iba a servir para alimentar por varias semanas a su mujer e hijos. 
 
     Media hora más tarde, Peter llegó caminando hasta el lugar donde sólo un par de caminantes habían detenido su marcha y apreciaban el número de Lucas haciendo sus necesidades. El británico se contuvo no más de unos segundos, hasta que volvió a abrir la boca que tenía cerrada desde que había sido estafado por el Raulo en el bar. Explotó. 
 
     -Ey, “you”, “argentinou” caradura. ¿Por qué no va a trabajar dignamente levantando bolsas “to the puertou”? No se da cuenta que “people” ganan su “dinerou” con esfuerzo, y “people” como usted son los que hacen que “this big country” esté “quietou”, que no avance porque lo único que hace usted es cagar, como lo hacen los políticos con el “pueblou”, y encima los siguen votando. Y a “people” como usted le dan monedas por estar “cagandou”. Antes “people” tiraba monedas a las fuentes, hechas por artistas, y “now” las monedas se las dan a “people” como usted. 
 
     Seguidamente, levantó su mano derecha adornada con un costoso Rólex, cerró su puño con fruición y elevó su dedo mayor dándole forma al universal “fuck you”. Lucas se preguntó “¿qué mierda estoy haciendo?” y, para hacerle honor a su abuelo, se levantó primero los pantalones y después él mismo, recogió todos los bártulos y prometió marcharse para siempre de esa esquina y de ese dudoso número artístico. 
 
     Esa misma tarde, un viejito se dejó tentar por un cartel que ofrecía una cámara de video nueva por escasos billetes. Venía de cobrar un dinero importante y siempre tuvo la ilusión de tener algo con que filmar a sus dos bisnietos. Don Roque jamás se hubiera podido imaginar que ese producto electrónico se lo habían robado a un honesto turista inglés, y menos que la propia víctima iba a ser responsable de aleccionar a su nieto para que dejara de hacer papelones por la calle. Si hubiera conocido los pormenores que rodearon a esa cámara, probablemente se hubiera alegrado al enterarse que, el día siguiente, Raúl fue a cambiar el billete de cincuenta dólares de Peter y el cajero del banco lo desayunó con la noticia de que era falso. “Por fin un tiro para el lado de la justicia”, casi seguro que eso hubiera pensado. 
 
     Solo en su hogar, Roque se sentó en el sofá del living para conocer el funcionamiento de la filmadora, y logró que apenas conectando un cable y tocando dos botones la pantalla ya devolviera las primeras imágenes. Dentro de la cámara había quedado un disco que sin duda pertenecía al dueño original de la misma. 
 
     A medida que se le endurecía el miembro a Peter mientras un niño de ocho años le practicaba sexo oral con lágrimas en los ojos, lo propio hacía el corazón del pobre anciano, que no pudo soportar ese aberrante y cobarde abuso. Justo en ese instante sonaba el teléfono pero nadie pudo levantar el tubo. Lucas volvería a insistir con el llamado un rato después, con intenciones de saber cómo estaba su abuelo luego de tanto tiempo. Lo atendió un enfermero, que fue el encargado de comunicarle que apenas unos minutos antes el viejo Roque se había ido para siempre.



Comentarios

Cristian Perfumo ha dicho que…
Enrevesada y excelente al mismo tiempo. Me hizo acordar de alguna manera a "Gato por liebre".
Abrazo!
Anónimo ha dicho que…
Hola Javi, muy bueno y rebuscado, fuerte, te felicito, el otro todavia no lo leí cuando lo lea te hago mi comentario.
Abrazo de gol
Gon
Anónimo ha dicho que…
Hola Javi!!!
Realmente me pareció muy bueno, intenso.
El anterior EXCELENTE!, por momentos me hiciste
recordar mis viejos tiempos de agencia...
Besote!
Claudina
**VaNe** ha dicho que…
geniales las vueltas de montaña rusa del final!!
VaNe

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