La final más larga del mundo
por Javier Debarnot Los había ido despachando uno a uno. El problema para los periodistas fue cuando calificaron al primero de sus partidos como “paliza”. ¿Y después qué? ¿Qué adjetivos ponerle a las sucesivas, arrolladoras y casi idénticas victorias de Michael Dowenson? Conviviendo en las tierras de Hollywood, algunos críticos que en realidad eran directores de cine frustrados, sugirieron en un arresto de genialidad notable los títulos de “Paliza II”, “Paliza III”, “Paliza IV, el regreso” y así sucesivamente para los triunfos del fantástico tenista norteamericano. Por el otro lado venía el ruso Boris Stacanov, antes del torneo una incipiente promesa, y con el correr de los partidos y más que nada con su incansable trajinar en la cancha se había transformado en la sensación del momento. Hablando de un tenista potente en lo previo, nos encontrábamos ante un verdadero prepotente, un profesional cuyo ímpetu siempre lo llevaba a insultar a los jueces de silla, de línea y de la