Arrástrate y anda
por Javier Debarnot Desde hace unos meses Emilio se las había rebuscado para ganarse la vida, aunque el “dignamente” no se ajustaba a su caso. Manifestando una imposibilidad para caminar, empezó pidiendo en una silla de ruedas por los vagones del subterráneo y sacaba treinta pesos por día. Hasta que descubrió que arrastrándose por el suelo sin silla podía recaudar hasta cien por mañana. Había elegido la estación “Tribunales”, porque estaba provista de un ascensor que le permitía llegar sentado hasta el andén sin necesidad de que alguien lo bajara por las escaleras. Se metía en cada subte que pasaba e iniciaba su discurso mendigando monedas de muchos y billetes de los más samaritanos. Apenas tres horas después de haberse subido al primer vagón, ya podía contar en sus bolsillos la cantidad suficiente de dinero para solventarse. Vivía solo en un mono ambiente del barrio de Once, y para casi todos era una incógnita cómo h...